El PP pasó en cuestión de semanas a ver cómo su hermano navarro se alejaba, primero, le repudiaba y le insultaba, después, y se dedicaba decididamente a apoyar el desguace nacional de Rodríguez Zapatero, en último lugar, echando a perder décadas de lealtad a la unidad de la nación española y dividiendo a su propio electorado.
Con un PP disuelto en Navarra, con su principal activo, Jaime Ignacio del Burgo, en pacífica retirada de la primera línea de la política, y un Mariano Rajoy tambaleándose en la presidencia del partido, poco podía hacer Génova ante la avalancha mediática de UPN en la Comunidad Foral. UPN movilizó a todos los suyos –que son muchos– en defensa de la secesión, justificando lo injustificable. También encontró apoyo y comprensión en los mismos medios de comunicación izquierdistas que lo habían destrozado cuando denunciaba los apaños de Zapatero con ETA. El PP guardó silencio.
La respuesta popular viene de la mano de José Ignacio Palacios: La ruptura inducida. Cómo el PSOE convirtió a Navarra en un reto nacional para el Partido Popular, prologado por el mismo Mariano Rajoy con un texto desganado, que marca un vivo contraste con el tradicional compromiso entusiasta de Aznar con el Viejo Reyno.
Palacios tiene fama de político honrado y de fiar; en 1996 se hizo cargo de la Consejería de Obras públicas del Gobierno de Navarra, y con él las obras se acabaron antes y con menos coste del presupuestado. Es también un buen escritor, y su carrera política viene acompañada de abundantes artículos y textos publicados en la prensa Navarra; buena parte de ellos se recogen en este libro.
La tesis de Palacios sobre la crisis navarra es que sólo el PP –y antes AP– se ha mostrado partidario, a lo largo de los años, de la unidad del centro-derecha, y que UPN ha sido desleal con la derecha nacional cuando le ha sido necesario, desde su nacimiento, en 1979, hasta la ruptura con el PP, en el año 2009. La virtud del libro reside en la minuciosa narración de la historia del centro-derecha navarro desde la Transición: Palacios ha tirado de archivos y notas, hemeroteca y recursos propios. De hecho, hubiese podido realizar un magnífico libro sobre la historia reciente de la Comunidad Foral; es un texto que pierde bastante al convertirse en una herramienta de una batalla política.
La ruptura inducida puede dividirse en tres grandes apartados. En el primero de ellos se narra la desunión de la derecha desde 1978 hasta la firma del pacto institucional UPN-PP. Son los años de la ruptura de Aizpún con UCD y las relaciones de amor-odio con la marca navarra de AP, Alianza Foral Navarra (AFN), donde milita el propio Palacios. Son los años en que los del PSOE son unos nacionalistas más, que desfilan tras la pancarta de "Nafarroa Euskadi da" y se apoyan en Herri Batasuna para lograr –en una de las jugadas más miserables de la historia de la capital navarra– la alcaldía de Pamplona: como recuerda Palacios, los plenos del ayuntamiento presidido por el socialista Julián Balduz, con el apoyo batasuno, no se alteraban ni aunque cayera gente a doscientos metros. En aquel entonces, la idea de un pacto entre las fuerzas de derecha –UCD, AFN, UPN– es constante, pero no se materializa.
En un segundo apartado, Palacios narra el desarrollo del pacto hasta las aciagas elecciones de 2007. Entre querella y querella, UPN y PP deciden caminar juntos en marzo de 1991. Por parte de UPN, el poder estaba en manos de Jesús Aizpún y una de las figuras políticas más nefastas para UPN, para la derecha navarra y para la propia estabilidad de la Comunidad Foral, Juan Cruz Alli. Palacios lo presenta como un político ambicioso y falto de escrúpulos. Desde luego, a él se debe la cesión ante ETA en la autovía de Leizarán, la voladura de la derecha en 1995, el oneroso pacto de CDN con EA y PSN y una política activa a favor de la euskaldunización de la Comunidad Foral. Por parte del PP, firmaban la bestia negra del anexionismo, Del Burgo, y José María Aznar, que mostraría siempre un fuerte compromiso con la tierra de sus antepasados.
En el tercero, Palacios da cuenta, finalmente, de la ruptura entre ambas formaciones. Aquí es donde el título del libro alcanza sentido.
El verano de 2007 mostró los frutos de la política nacional de Zapatero y de sus pactos con la ETA: ahí estaba la posibilidad de expulsar a la derecha del poder, con el apoyo del anexionismo vasco. UPN temblaba atemorizada ante un pacto apalabrado, pero he aquí que la presión nacional –empezando por la del PP– asustó tanto a Zapatero que hubo de echar marcha atrás...a medias. Permitió a UPN seguir en el poder, a cambio de exigirle una esclavitud que ningún partido debiera aceptar jamás: debía abandonar a sus compañeros de camada, legitimar el proyecto de Zapatero y apoyar los Presupuestos de éste, junto con partidos como ERC y PNV. El PSOE arrastró –y arrastra– a UPN por el peor de los caminos: la indignidad pública que está arrostrando la formación navarra es insoportable, y además no le va a garantizar victoria alguna.
A día de hoy, el PP navarro sigue teniendo más voluntad que capacidad política, y UPN más capacidad que voluntad (ésta la ha rendido a los socialistas).
¿Hay solución para la derecha navarra? Todos los ojos están puestos en la única posibilidad: Yolanda Barcina, capaz de triturar en Pamplona a la anexionista Uxue Barkos, de salir airosa de la presión socialista y de ser aceptable para los populares navarros. También se presta gran atención al PP navarro; a si es capaz de encontrar un líder no hipotecado por la ruptura y que se entienda bien con Barcina. ¿Es posible? A día de hoy, es difícil, pero quizá no lo sea tanto a medio plazo.
Sea como fuere, convendría extraer algunas conclusiones de lo que ha y está pasando:
1) La realidad no depende de las preferencias. Entre el pacto con la derecha en defensa de la Constitución y el pacto con los nacionalistas en contra de ella, los socialistas habitualmente eligen lo segundo. Cuando han tenido que pactar con la derecha, lo han hecho a regañadientes, pues el cuerpo les pide lo contrario. El histórico error de Sanz y UPN, ingenuo e irresponsable, es pensar que los socialistas serán un aliado fiel contra el panvasquismo. Nunca lo han sido, ¿por qué iban a serlo en el futuro? Y esto también vale para un Partido Popular empeñado tradicionalmente en buscar acuerdos nacionales con unos socialistas que están más cerca de los independentistas. Si los socialistas de Zapatero acceden a algún pacto, será porque se vean o estén forzados, no por convencimiento ni principios.
2) No es que los socialistas tiendan a pactar con los nacionalistas; es que tienden a hacerlo con ETA, y siempre metiendo Navarra de por medio. El caso de la negociación de Zapatero es obscenamente claro: se habló de Navarra, y los socialistas navarros consintieron. ¿Son aliados fiables? Pero la misma duda se traslada al Partido Popular: mientras Rodríguez Zapatero firmaba el pacto antiterrorista en el año 2000, los socialistas negociaban con ETA. ¿Hasta dónde puede buscar el PP el consenso en materia antiterrorista con este partido? ¿Hay garantías de que el PSOE no vuelva a pactar con ETA, aun cuando muestre ante el PP una actitud de firmeza? El único partido históricamente capaz de sostener la lucha contra ETA desde el Estado de Derecho, sin atajos de ningún tipo, es el PP. Convendría que éste no lo olvidara nunca.
3) El asunto fundamental de la ruptura UPN-PP ha quedado en la sombra, oculto por una UPN que no quiere oír hablar del tema y por un PP que se inhibe sistemáticamente. Y es que la política cultural de la derecha desde que ocupa el Gobierno de Navarra (1991) es sencillamente suicida. El vasquismo cultural, punta de lanza y vanguardia del anexionismo político, ha crecido exponencialmente en términos de influencia social. Hoy, Navarra está repleta de una pseudocultura vasca ajena por completo al Viejo Reyno, urdida en los talleres ideológicos del nacionalismo vasco. La tradición cultural e histórica de Navarra, íntimamente española, está siendo laminada en la Administración y la enseñanza. La consecuencia de años de inhibición y colaboración más o menos pasiva se la encontró la derecha en 2007: el panvasquismo se acercó al veinticinco por ciento de los votos, tocó con los dedos el poder y acorraló socialmente a una derecha que, con casi la mitad de los sufragios, casi tuvo que pedir perdón.
Como afirmábamos aquí mismo, se trata de un círculo vicioso: la derecha navarra consiente y colabora en la extensión del anexionismo, y, desplazada cada vez más de una realidad social que ella misma ha creado, comete el segundo error: en lugar de revertir el proceso, se adapta a ella.
El origen del problema político que Palacios narra en su libro es la cada vez más pujante cultura panvasquista. Ahí debiera aplicarse la derecha. Lleva decenios a la defensiva –como el lector ya sabe, ésa es la historia de la derecha política española–: ya es hora de que se dedique a desabertzalizar la Administración y las enseñanzas universitarias y medias, acabe con la expansión del batúa hacia el sur y deje de subvencionar arbitrarias y artificiales muestras de folclore ajenas a Navarra.
Todo esto sólo tendría sentido si en el conjunto del país la derecha política defendiera, al fin, un proyecto nacional con firmeza y profundidad. De Palacios no hay duda alguna, porque su trayectoria parece intachable, pero ¿puede el autor del prólogo, Mariano Rajoy, sancionar ese intento?
JOSÉ IGNACIO PALACIOS: LA RUPTURA INDUCIDA. Libros Libres, 2009, 352 páginas. Prólogo de MARIANO RAJOY.
Con un PP disuelto en Navarra, con su principal activo, Jaime Ignacio del Burgo, en pacífica retirada de la primera línea de la política, y un Mariano Rajoy tambaleándose en la presidencia del partido, poco podía hacer Génova ante la avalancha mediática de UPN en la Comunidad Foral. UPN movilizó a todos los suyos –que son muchos– en defensa de la secesión, justificando lo injustificable. También encontró apoyo y comprensión en los mismos medios de comunicación izquierdistas que lo habían destrozado cuando denunciaba los apaños de Zapatero con ETA. El PP guardó silencio.
La respuesta popular viene de la mano de José Ignacio Palacios: La ruptura inducida. Cómo el PSOE convirtió a Navarra en un reto nacional para el Partido Popular, prologado por el mismo Mariano Rajoy con un texto desganado, que marca un vivo contraste con el tradicional compromiso entusiasta de Aznar con el Viejo Reyno.
Palacios tiene fama de político honrado y de fiar; en 1996 se hizo cargo de la Consejería de Obras públicas del Gobierno de Navarra, y con él las obras se acabaron antes y con menos coste del presupuestado. Es también un buen escritor, y su carrera política viene acompañada de abundantes artículos y textos publicados en la prensa Navarra; buena parte de ellos se recogen en este libro.
La tesis de Palacios sobre la crisis navarra es que sólo el PP –y antes AP– se ha mostrado partidario, a lo largo de los años, de la unidad del centro-derecha, y que UPN ha sido desleal con la derecha nacional cuando le ha sido necesario, desde su nacimiento, en 1979, hasta la ruptura con el PP, en el año 2009. La virtud del libro reside en la minuciosa narración de la historia del centro-derecha navarro desde la Transición: Palacios ha tirado de archivos y notas, hemeroteca y recursos propios. De hecho, hubiese podido realizar un magnífico libro sobre la historia reciente de la Comunidad Foral; es un texto que pierde bastante al convertirse en una herramienta de una batalla política.
La ruptura inducida puede dividirse en tres grandes apartados. En el primero de ellos se narra la desunión de la derecha desde 1978 hasta la firma del pacto institucional UPN-PP. Son los años de la ruptura de Aizpún con UCD y las relaciones de amor-odio con la marca navarra de AP, Alianza Foral Navarra (AFN), donde milita el propio Palacios. Son los años en que los del PSOE son unos nacionalistas más, que desfilan tras la pancarta de "Nafarroa Euskadi da" y se apoyan en Herri Batasuna para lograr –en una de las jugadas más miserables de la historia de la capital navarra– la alcaldía de Pamplona: como recuerda Palacios, los plenos del ayuntamiento presidido por el socialista Julián Balduz, con el apoyo batasuno, no se alteraban ni aunque cayera gente a doscientos metros. En aquel entonces, la idea de un pacto entre las fuerzas de derecha –UCD, AFN, UPN– es constante, pero no se materializa.
En un segundo apartado, Palacios narra el desarrollo del pacto hasta las aciagas elecciones de 2007. Entre querella y querella, UPN y PP deciden caminar juntos en marzo de 1991. Por parte de UPN, el poder estaba en manos de Jesús Aizpún y una de las figuras políticas más nefastas para UPN, para la derecha navarra y para la propia estabilidad de la Comunidad Foral, Juan Cruz Alli. Palacios lo presenta como un político ambicioso y falto de escrúpulos. Desde luego, a él se debe la cesión ante ETA en la autovía de Leizarán, la voladura de la derecha en 1995, el oneroso pacto de CDN con EA y PSN y una política activa a favor de la euskaldunización de la Comunidad Foral. Por parte del PP, firmaban la bestia negra del anexionismo, Del Burgo, y José María Aznar, que mostraría siempre un fuerte compromiso con la tierra de sus antepasados.
En el tercero, Palacios da cuenta, finalmente, de la ruptura entre ambas formaciones. Aquí es donde el título del libro alcanza sentido.
El verano de 2007 mostró los frutos de la política nacional de Zapatero y de sus pactos con la ETA: ahí estaba la posibilidad de expulsar a la derecha del poder, con el apoyo del anexionismo vasco. UPN temblaba atemorizada ante un pacto apalabrado, pero he aquí que la presión nacional –empezando por la del PP– asustó tanto a Zapatero que hubo de echar marcha atrás...a medias. Permitió a UPN seguir en el poder, a cambio de exigirle una esclavitud que ningún partido debiera aceptar jamás: debía abandonar a sus compañeros de camada, legitimar el proyecto de Zapatero y apoyar los Presupuestos de éste, junto con partidos como ERC y PNV. El PSOE arrastró –y arrastra– a UPN por el peor de los caminos: la indignidad pública que está arrostrando la formación navarra es insoportable, y además no le va a garantizar victoria alguna.
A día de hoy, el PP navarro sigue teniendo más voluntad que capacidad política, y UPN más capacidad que voluntad (ésta la ha rendido a los socialistas).
¿Hay solución para la derecha navarra? Todos los ojos están puestos en la única posibilidad: Yolanda Barcina, capaz de triturar en Pamplona a la anexionista Uxue Barkos, de salir airosa de la presión socialista y de ser aceptable para los populares navarros. También se presta gran atención al PP navarro; a si es capaz de encontrar un líder no hipotecado por la ruptura y que se entienda bien con Barcina. ¿Es posible? A día de hoy, es difícil, pero quizá no lo sea tanto a medio plazo.
Sea como fuere, convendría extraer algunas conclusiones de lo que ha y está pasando:
1) La realidad no depende de las preferencias. Entre el pacto con la derecha en defensa de la Constitución y el pacto con los nacionalistas en contra de ella, los socialistas habitualmente eligen lo segundo. Cuando han tenido que pactar con la derecha, lo han hecho a regañadientes, pues el cuerpo les pide lo contrario. El histórico error de Sanz y UPN, ingenuo e irresponsable, es pensar que los socialistas serán un aliado fiel contra el panvasquismo. Nunca lo han sido, ¿por qué iban a serlo en el futuro? Y esto también vale para un Partido Popular empeñado tradicionalmente en buscar acuerdos nacionales con unos socialistas que están más cerca de los independentistas. Si los socialistas de Zapatero acceden a algún pacto, será porque se vean o estén forzados, no por convencimiento ni principios.
2) No es que los socialistas tiendan a pactar con los nacionalistas; es que tienden a hacerlo con ETA, y siempre metiendo Navarra de por medio. El caso de la negociación de Zapatero es obscenamente claro: se habló de Navarra, y los socialistas navarros consintieron. ¿Son aliados fiables? Pero la misma duda se traslada al Partido Popular: mientras Rodríguez Zapatero firmaba el pacto antiterrorista en el año 2000, los socialistas negociaban con ETA. ¿Hasta dónde puede buscar el PP el consenso en materia antiterrorista con este partido? ¿Hay garantías de que el PSOE no vuelva a pactar con ETA, aun cuando muestre ante el PP una actitud de firmeza? El único partido históricamente capaz de sostener la lucha contra ETA desde el Estado de Derecho, sin atajos de ningún tipo, es el PP. Convendría que éste no lo olvidara nunca.
3) El asunto fundamental de la ruptura UPN-PP ha quedado en la sombra, oculto por una UPN que no quiere oír hablar del tema y por un PP que se inhibe sistemáticamente. Y es que la política cultural de la derecha desde que ocupa el Gobierno de Navarra (1991) es sencillamente suicida. El vasquismo cultural, punta de lanza y vanguardia del anexionismo político, ha crecido exponencialmente en términos de influencia social. Hoy, Navarra está repleta de una pseudocultura vasca ajena por completo al Viejo Reyno, urdida en los talleres ideológicos del nacionalismo vasco. La tradición cultural e histórica de Navarra, íntimamente española, está siendo laminada en la Administración y la enseñanza. La consecuencia de años de inhibición y colaboración más o menos pasiva se la encontró la derecha en 2007: el panvasquismo se acercó al veinticinco por ciento de los votos, tocó con los dedos el poder y acorraló socialmente a una derecha que, con casi la mitad de los sufragios, casi tuvo que pedir perdón.
Como afirmábamos aquí mismo, se trata de un círculo vicioso: la derecha navarra consiente y colabora en la extensión del anexionismo, y, desplazada cada vez más de una realidad social que ella misma ha creado, comete el segundo error: en lugar de revertir el proceso, se adapta a ella.
El origen del problema político que Palacios narra en su libro es la cada vez más pujante cultura panvasquista. Ahí debiera aplicarse la derecha. Lleva decenios a la defensiva –como el lector ya sabe, ésa es la historia de la derecha política española–: ya es hora de que se dedique a desabertzalizar la Administración y las enseñanzas universitarias y medias, acabe con la expansión del batúa hacia el sur y deje de subvencionar arbitrarias y artificiales muestras de folclore ajenas a Navarra.
Todo esto sólo tendría sentido si en el conjunto del país la derecha política defendiera, al fin, un proyecto nacional con firmeza y profundidad. De Palacios no hay duda alguna, porque su trayectoria parece intachable, pero ¿puede el autor del prólogo, Mariano Rajoy, sancionar ese intento?
JOSÉ IGNACIO PALACIOS: LA RUPTURA INDUCIDA. Libros Libres, 2009, 352 páginas. Prólogo de MARIANO RAJOY.