Si saliese adelante, el Impuesto Justo acabaría con el Impuesto sobre la Renta, con el Impuesto de Sociedades, con el Impuesto de Sucesiones, con el que pesa sobre los rendimientos del capital, con los que sirven para mantener la Seguridad Social y el Medicare, etcétera. Todos ellos serían sustituidos por una tasa única del 23% sobre las ventas al por menor de todos los bienes y servicios. Aunque el Estado seguiría recaudando lo mismo, la manera que tiene de financiarse cambiaría.
Nuestro sistema fiscal es abominable, y necesitamos desesperadamente que cambie. Para cumplir con las leyes tributarias, los americanos tenemos que dedicar 5.800 millones de horas a archivar la documentación, hacer las declaraciones, consultar con los asesores. Si convirtiéramos esa monstruosa cifra en jornadas de 40 horas semanales, equivaldría a una fuerza laboral de 2,7 millones de personas; a una fuerza, en definitiva, superior a la que resulta de sumar la que se desempeña en las industrias del motor, la aviación, la computación y el acero.
El Impuesto Justo tiene muchas ventajas. En primer lugar, es mucho más eficiente. En segundo lugar, supondría un alivio para nuestra privacidad, ya que el Congreso dejaría de utilizar el sistema tributario para inmiscuirse en nuestra vida. El Impuesto Justo sería una cosa excelente siempre y cuando:
1) Se derogase la Decimosexta Enmienda, que sanciona el impuesto sobre los ingresos personales.
2) Se determinase un tipo fijo de, pongamos, el 23%.
3) Se aprobase una nueva enmienda a la Constitución que estipule que cualquier aumento del tipo fijo debe contar con el respaldo de al menos dos tercios del Congreso.
Es muy importante abolir la Decimosexta Enmienda, porque si no acabaremos soportando un impuesto sobre las ventas y otro sobre los ingresos personales.
Quizá esté usted pensando que parece que no me fío del Congreso. Bueno, lo cierto es que me inspira tanta confianza como un elefante. En el debate que precedió a la aprobación de la Decimosexta Enmienda los congresistas se hartaron de decir que sólo los ricos pagarían el Impuesto sobre la Renta. En 1917, sólo el 0,5% de los norteamericanos que percibían ingresos lo pagaba; los que ganaban el equivalente a 250.000 dólares de ahora pagaban un 1%, y un 7% quienes ganaban el equivalente a 6 millones de dólares de ahora. Lo de que sólo pagarían los ricos no fue sino una treta propagandística para engañar a los americanos y conseguir la ratificación de la Decimosexta Enmienda.
Aquí va mi predicción: el Impuesto Justo jamás alcanzará el rango de ley. Los dos más poderosos comités del Congreso son el de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes y el de Finanzas del Senado. Son los encargados de redactar la legislación fiscal, de ahí que esté en su mano conferir prebendas a unos americanos a costa de los demás. El Impuesto Justo reduciría o eliminaría ese poder que tiene el Congreso para conceder privilegios y, por lo tanto, haría que las donaciones a las campañas electorales de los políticos menguaran.
Desde luego, la manera que tiene el Estado de financiarse es muy importante, pero soy de los que piensan que la verdadera medida del impacto del Estado en nuestras vidas la da el gasto público.
Imaginemos que se instaura el Impuesto Justo: ¿qué impediría al Congreso incurrir en déficit presupuestario o en políticas inflacionistas? El déficit y la inflación no son sino formas alternativas que tiene el Gobierno para cobrarnos más impuestos.
Usted, en este punto, podría espetarme: "¿Y cuál es la solución, Williams?". Y yo, entonces, le respondería: "Yo apostaría por introducir una enmienda que limitase el gasto público a, digamos, el 10% del PIB". Si a la Iglesia Baptista le basta con el 10%, al Congreso también debería bastarle.