A orillas del Sena, un español…comienza con la descripción de un día de agosto de 1944, cuando, a la hora del almuerzo, desde un jeep del ejército norteamericano, "cuatro fusiliers-marins (infantes de marina) franceses habían soltado una ráfaga de ametralladora contra los soldados alemanes que montaban guardia en una de aquellas grandes propiedades que rodeaban el casco de Saint-Prix". Los alemanes, que habían ocupado la vieja aldea durante la guerra, respondieron a los disparos y "huyeron despavoridos".
Ese pequeño pueblo de Saint-Prix, situado a unos 20 kilómetros de París, es el principal escenario de este nuevo libro de recuerdos de Carlos Semprún. Allí, él y su inseparable hermano Paco vivieron bajo la "dictadura doméstica" de la perra desde 1939 hasta 1946, año en que, debido al traslado de su padre a Roma, se encuentran, de pronto, con una inesperada y maravillosa libertad. Para Carlos, aquellos años de Saint-Prix fueron muy importantes, pues pasó de ser niño a ser hombre; "o sea –escribe con divertido descaro–, de soñar con follar a follar".
Cuenta que, cuando tenía 14 años, al comenzar la Segunda Guerra Mundial dejó de asistir a la escuela porque la perra decidió que había mucho trabajo en la casa, y que a Paco y a él los necesitaba como "siervos". Así que toda su sabiduría, que es mucha, y su buen hacer literario los tuvo que aprender solo. Con su propio esfuerzo se hizo periodista, editor, autor de obras de teatro y novelista en dos idiomas.
Semprún es un gran observador y un conversador infatigable, y de ello va a hacer gala a lo largo de este libro, por donde desfilan multitud de personajes y personajillos que ocuparon la vida política e intelectual del Madrid y del París de la segunda mitad del siglo XX. Y lo hace sin rendir ni un gramo de pleitesía a la corrección política.
De unos habla con cariño, de otros con rencor, y de muchos con una clara y voluntaria indiferencia. Así, al recordar algunas de las visitas que recibía su padre en Saint–Prix, habla de Margarita Nelken, de quien dice que era "la más estalinista de los y las socialistas"; de la sobrina de su madre, Constancia de la Mora Maura, dice que era "muy parlanchina y muy comunista".
Carlos Semprún ha escrito este nuevo libro de recuerdos, en parte, porque necesitaba explicar mejor su trayectoria política y, en parte, también porque quería hablar de su hermano Jorge, el intelectual triunfador, el ministro de Felipe González, el deportado en Buchenwald, de quien sin embargo dice que ha sido "el único kapo conocido, o sea con éxito de ventas, que ha escrito sus memorias de deportado".
Y es que, para su propia desgracia, Carlos Semprún fue descubriendo las estafas de la izquierda comunista a medida que iba descubriendo las mentiras de su hermano mayor, Jorge, a quien profesó un amor casi filial y una admiración sin límites. Con Jorge se quiso hacer resistente cuando aún era casi un niño, y a las órdenes de Jorge dio sus primeros pasos en política.
En este libro Carlos cuenta cómo su hermano Jorge fue detenido y deportado al campo de Buchenwald a finales del 43, y cómo, en la primavera del 45, cuando volvió a Saint-Prix, todos, "y yo el que más", le recibieron como a un héroe. Pero "nadie hizo la menor mención, ni sacó conclusiones, sobre la diferencia que existía entre su pinta y la pinta cadavérica de otros deportados". Con el tiempo Carlos se fue dando cuenta de que en esa historia de Buchenwald, a la que Jorge sacaría tanto rendimiento literario y político, había algo que su hermano no quería contar.
Como todas las buenas estafas, se basa en una realidad, no se saca de la manga una mentira, porque es cierto que fue deportado. Es lo que escribe sobre su deportación lo que resulta falso; o, si se prefiere, se trata de una realidad transformada, para ocultar muchas cosas, lo esencial, y aparecer así como un héroe, un mártir y un ángel de misericordia.
Pues bien, según Carlos Semprún, lo que el héroe de Buchenwald no quería contar es que perteneció a los llamados kapos, deportados utilizados por los nazis para escoger, de entre ellos, a los destinados a realizar trabajos forzados; unos trabajos tan duros que llegaban a producir la muerte en un noventa por ciento de los casos. A cambio de esa colaboración, los kapos recibían un mejor trato y se les aseguraba la supervivencia.
Carlos Semprún explica que el nombre de kapo no viene del capo italiano, como los comunistas y el propio Jorge han hecho siempre creer, sino del alemán Kamerad Polizei, y que hasta ahora "nadie ha dicho que, en muchos campos, no sólo en Buchenwald, los kapos eran comunistas".
Terminada la Segunda Guerra Mundial, y después del regreso de Jorge, el alcalde comunista de Saint-Prix convence a los dos hermanos menores del deportado para que se afilien al Partido Comunista Francés (PCF). Casi diez años más tarde, en 1954, Carlos pasó a formar parte del aparato clandestino del Partido Comunista de España, a las órdenes de su hermano Jorge. Comienza a viajar, de forma secreta y con documentación falsa, a Madrid, donde conoce a jóvenes que llegaron a tener importancia en la vida intelectual y política española: Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos, Javier Pradera, Enrique Múgica, Ramón Tamames…
La invasión de Hungría en 1956 motivó la salida de Carlos del Partido Comunista. A partir de entonces, inició el largo y penoso camino del desencanto.
Un camino en el que, con su hermano Jorge, se fueron quedando muchos de sus camaradas y amigos. Ahora, al verse tan alejado de sus compañeros de viaje, de esa gauche divine parisina que tan bien ha conocido, se pregunta a sí mismo dónde se sitúa políticamente, si es que, acaso, se ha convertido en un hombre de derechas. Y escribe:
No, hay muchas cosas en la derecha que no me trago, como el franquismo, sin ir más lejos. Me he convertido al capitalismo. (…) O dicho de otra manera, a un capitalismo liberal en democracias liberales. Con lo cual, para muchos progres, soy extrema derecha.
En definitiva, A orillas del Sena, un español…es el testimonio sincero de un hombre que toda su vida se ha atrevido a pensar, que ha puesto siempre su inteligencia al servicio de la verdad y que ha sido, y sigue siendo, inmisericorde con esos llamados intelectuales de izquierdas que se pavonean de su independencia y resultan ser simples esclavos de la corrección política; es decir, con aquellos que están dispuestos a sacrificar su dignidad y su libertad si ello les sirve para lograr el éxito.