
El imaginario social no entiende por violencia una campaña de moda en donde la mujer ha acaparado tanto poder que se toma la libertad de aplastar la cabeza de un hombre. Pero, ¿y si fuera al revés? Es lo que se me viene a la cabeza al ver a una chica, muy relajada, pisar la cara de un hombre, en una campaña de la firma de zapatillas Converse que a simple vista a nadie le parecería violencia de género. Sin embargo, ¿y si cambiamos los papeles por un momento y colocamos a la chica debajo del hombre?
Entonces, ver a una mujer siendo pisada por unas zapatillas unisex portada por un hombre sería motivo perfecto para la retirada de la campaña; con previos gritos y ataques verbales de ultra-feministas a través de redes sociales, sumada a la acción de asociaciones por la defensa de la mujer que saldrían a exigir a que retiraran el anuncio pues incita a la violencia y retrata un acto machista. Claro caso de acción-reacción. Reacción totalmente entendible, pues no se ha luchado tanto para aceptar semejante humillación. Pero, ¿esto último también es motivo para la humillación de un hombre?, ¿qué pasa?, ¿que la campaña la ideó una lesbiana enfadada con la vida y es una venganza contra todo aquel que tenga un pene? o ¿volvemos a la práctica de un tipo marketing polémico del que ya tan hartos estamos y al que yo sigo dándole bombo?
No borramos de nuestras memorias la grotesca imagen de la campaña de Dolce&Gabana que forró multitud de páginas de revistas y carteles publicitarios, cuyos protagonistas simulaban el rito de violación: tres hombres observaban cómo un cuarto, supuestamente, forzaba a una mujer en el suelo– eso sí, la mujer no tenía mucha cara de disgusto-. Pues bien, ésta fue retirada tras multitud de protestas; pese a que el Código Penal asegura que para que haya violación se debe ir en contra de la voluntad de la víctima. En la campaña de Converse, a pesar de la tranquilidad pacífica de la aplastadora del hombre, los rasgos faciales del protagonista aplastado sí denotan cierto disgusto.
Que sí; que sé y comparto que no tiene el mismo peso simbólico una situación como ésta pero a la inversa, debido a la historia que hay y que conocemos, y la multitud de mujeres maltratadas por sus maridos –o aunque los hay también maltratados [con <o>] psicológicamente-. Aquí se intenta reflejar cómo una mujer disfruta siendo el sexo fuerte, vendiendo la imagen de la nueva mujer fuerte y liberada. Pero se trata de una liberación exagerada; como esos semi-analfabetos –o simplemente aquellos que se alimentan de Grandes Hermanos y que piensan que que todos los liberales defienden el aborto o el apareamiento colectivo: "¡Ojo!" -les exclamo- "que somos liberales, no libertinos".
Vale que se reclame igualdad, vale que ésta se haya alcanzado a base de luchar con sentido –no como ahora, que se protesta por cualquier tontería-; pero que la mujer fuera asfixiada durante siglos por los corsés o que hubiera estado relegada al segundo e incluso tercer plano, eso no nos da el derecho de invertir los roles y quedarnos tan panchos al ver cómo una mujer siente orgullo por humillar a un hombre. O, ¿es que nos vamos a poner con eso de que si la mujer pega a un hombre hará menos daño que si ocurre al contrario? Burdo y barato argumento, tan fácil y tantas veces socorrido.