En el año 2014, la puerta del despacho de Juan Carlos Monedero tenía grabada una estrella de sheriff con la leyenda "¿Quién nombró sheriff a Monedero?". Era el resultado, sin duda, de años de extorsión del grupúsculo originario de Podemos en la Facultad de Política y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid en Somosaguas. Esa extorsión, de la cual la pintada era una señal de hartazgo, era amparada por el rector Heriberto Cairo, la consentían los profesores radicales y la sufrían principalmente los estudiantes, que ni siquiera eran derechistas en su mayoría.
El historial de abusos liberticidas de Iglesias en sus tiempos de cacique carismático en la UCM, vástago improvisado de tanto burócrata revolucionario de la universidad (el citado Cairo o el filósofo Carlos Fernández Liria, el cual llegó a defender la ilegalización de PP), es conocido para todos los que hicieron la carrera: él y los suyos intentaron cerrar las asociaciones no políticas, asaltaron locales socialdemócratas y llegaron a tapar agresiones de grupúsculos de extrema izquierda a los camareros de la cafetería. En una de las juntas, Ramón Espinar incluso llegó a amenazar a los encargados de las asociaciones no políticas. ¿Su crimen? Ese, "no hacer política".
Todo ello mientras fuera de la facultad Pablo Iglesias comenzaba a pulir un perfil humanista increíble para todos los que le conocían de verdad. Era "el hombre nuevo", parafraseando a Marx.
Una doblez permanente
Se debe reconocer a Iglesias una capacidad brillante, loable, de sobrevivir a ese pasado poco honroso. Quizá resentido por su paso inicial por el búnker que era Derecho de la Complutense, donde ultraderechistas le golpearon por quitar una pancarta en favor del dictador Augusto Pinochet, pudo transmutarse sin intervención divina de perseguido a perseguidor, en una figura propia del triángulo de conductas ideado por Stephen Karpman.
Así, la víctima pasó a ser verdugo de todo aquel que disentía de sus dogmas altermundialistas, mamados de Toni Negri e Ignacio Ramonet. Es fascinante cómo un profesor apenas contratado, según suele recordar maliciosamente Antonio Escohotado, pudo llegar a dominar una facultad donde nada se podía oponer a su criterio. Pensadores comunistas brillantes, como Santiago Armesilla, fueron purgados de cualquier poder fáctico al disentir de las posiciones latinochés del factótum podemita. Más aún, en 2010 pudo hacer un escrache bochornoso a Rosa Díez en su presentación de UPyD con total impunidad, o incluso defender la excarcelación de etarras, como el propio Armesilla recordaba en su Twitter.
La gran pieza para ejecutar todo, la herramienta, fue la asociación Contrapoder, que pudo establecer una red de influencias, una vanguardia leninista (más bien, pablista-peronista), que con no pocas purgas ha llegado al Poder, nada menos que al Gobierno. Armesilla definió agudamente esta asociación como una "red de alumnos y profesores donde los favores mutuos de todo tipo eran el pan suyo de cada día". Una "red de favores", sí, pero también, de facto, una mafia que en tiempos del 15-M se dedicó con fervor mariano a una poco disimulada extorsión, a la vez que pergeñaron con pericia una propaganda asfixiante. Una banda, como definió bien el caído Albert Rivera.
Siente un comunista a su mesa
El año cero de Pablo Iglesias, con todo, no sería ese 2011 del 15-M, que tan solo instrumentalizó, sino 2013, con su aparición en Intereconomía. Luego de años intentando salir en El Gato al Agua, consiguió aparecer allí el 25 de abril.
Ahí es donde empieza su gran historia de policía bueno y malo, puesto que mientras se deshacía en elogios a la "independencia" del canal conservador por permitir su aparición, ponía verdes a todos sus colaboradores en sus primeros libros. Iglesias jamás renunció a ese doble papel, que llegaba a recordar por su pusilanimidad al sketch célebre de los Monty Python donde unos mafiosos intentan extorsionar a un coronel del ejército británico. Nunca engañó a nadie: estaba todo en su tesis. Analizando al movimiento social italiano Tute Bianche, monos blancos, recordó su principal éxito:
La policía sufre en carne propia el efecto de los gases y el avance compacto de la formación de monos blancos. En términos políticos, la victoria de los monos blancos fue total. Tras una nueva negociación consiguieron que varios de sus delegados pudieran visitar el centro acompañados de varios periodistas y cámaras de televisión.
La tesis doctoral de 2008 fue todo su proyecto político en 2013: provocar conflictos en la calle para obtener la necesaria proyección mediática. En ese sentido, todos sus escraches, todas sus acciones mediáticas, alimentadas con la gasolina de la crisis, tuvieron un final feliz, y a lo largo de 2013 comenzó a convertirse en la mascota de La Sexta y en una cara reconocible para los progresistas en España. El modelo latinoamericano, la creación de mayorías populistas a través de la televisión, aparecía al fin en Europa con éxito.
Poder y contrapoder
Vox, llegada la crisis de 2020, no ha inventado nada: ha copiado todo lo que Pablo Iglesias inició. Lo literario, la paradoja biográfica, es cómo los roles de víctima y verdugo se mimetizan en una biografía de un hombre que ahora invoca consensos cuando ha vivido políticamente de avivar el odio de clases. Así, luego de haber purgado casi todo su partido, este figurín de ese personaje de Óscar Wilde que es Pedro Sánchez ha vuelto al año 2012 amenazando con escraches contra Santiago Abascal o Isabel Díaz Ayuso.
Esto era poco edificante en los años de oro de Podemos, de 2012 a 2015, pero es temible cuando Iglesias es ya Poder. Es decir, Estado. Sin saberlo, el líder de Podemos ha hecho suya una frase apócrifa que se atribuyó a Manuel Fraga en los últimos años de la dictadura: "La calle es mía". La pregunta en la pared de Monedero, entonces, sigue siendo tan fecunda como lo era en 2014 y podría reformularse con destino a ese Dorian Gray que es Pedro Sánchez: "¿Quién nombró Sheriff a Pablo Iglesias?".