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Juan Morote

Independencia y libertad

España está en una situación peor que cuando los Borbones, en la mayor felonía que se ha cometido en nuestra historia, entregaron nuestra soberanía al hermano de Napoleón.

 

Nos hemos desayunado tras el turrón y el cava preceptivo, quienes todavía los podemos pagar, con que España está en una situación peor que cuando los Borbones, en la mayor felonía que se ha cometido en nuestra historia, entregaron nuestra soberanía al hermano de Napoleón. La Constitución de 1812, la mejor redactada de cuantas hemos tenido, sigue resultando dos siglos después absolutamente profética.

La nación española permanece como el resultado de la reunión de todos los españoles; en cambio, es muy dudoso que siga siendo libre, independiente y que no pertenezca a ninguna persona. Hay graves tareas que debe abordar ineludiblemente el Gobierno de Rajoy, si pretendemos que aquel artículo 2 de la Constitución del 12 mantenga su sentido. De lo contrario, la sublimación de lo que queda de España sólo es cuestión de tiempo.

En primer lugar, la voluntad de la nación española se encuentra secuestrada por una minoría que no representa a nadie. Cualquier grupúsculo que enarbole la bandera del odio hacia lo que España representa y a su pasado pasa a detentar una presunción de respetabilidad. Aquí pueden insultar a lo que la nación española encarna los nacionalistas y comunistas de todos los pelajes. Escribo desde San Sebastián, donde ocupa el sillón consistorial el último alcalde comunista-terrorista de capital de provincia en España. Tiene bemoles que sea la capital de una provincia cuya riqueza se ha sustentado en el sobrecoste que nos hemos visto obligados a pagar todos los españoles la que presente al alcalde más visiblemente antiespañol.

Junto a lo anterior, y en esto no estaban pensando nuestros constitucionalistas liberales, la nación española se halla presa y casi es propiedad de una sola persona, y andamos cerca de ser propiedad de una familia. Cuando los bienintencionados constitucionalistas del 12 hablaban de que la nación española no podía ser patrimonio de una sola familia ni persona estaban desterrando la confusión de la propiedad de la familia real con la propiedad de los ciudadanos. Trataban de erradicar el modelo de Estado de Luis XIV de Francia, o de Nicolás I de Rusia. Sin embargo, no fueron capaces de prever que acabaríamos siendo presa de otra persona, esta vez jurídica y de carácter público, que tiene una vis expansiva mayor que cualquier familia real, la administración del Estado. Esta administración –el gobierno, como la llaman los americanos– se ha reproducido y ha creado una cuasi familia de personas jurídicas que nos asfixian a los ciudadanos a golpe de reforma legislativa.

La administración central engendró la provincial y adoptó la municipal. Luego vino la autonómica, creación necesaria para, so pretexto de acercar la administración al ciudadano, permitir el crecimiento y engorde de todos los enemigos de España, quienes a lo largo de treinta años de democracia han ido mostrando su verdadero rostro, cual réplicas de Dorian Grey. La última subida de impuestos, no sé si necesaria o no para evitar el caos, nos convierte a los ciudadanos en meros siervos de un señor inmisericorde e insaciable.

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