Así, de los nervios, describió Mariano Rajoy en el debatito de ayer la disposición anímica de José Luis Rodríguez Zapatero, presidente cesante del Gobierno de España. Si tuviera que resumir en dos palabras el debate del estado de la Nación diría que fue simplemente previsible. Todos jugaron su papel. Un Zapatero grogui, y un Rajoy escondiendo sus cartas, en un símil pugilístico, mucho jab y muy poco directo, los crochets y los uppercuts simplemente no aparecieron. Eso sí, el supuesto combate estuvo edulcorado por una dosis infinita de hipocresía de los nacionalistas. Estos se limitaron a criticar duramente al Gobierno de palabra, mientras de facto son los mayores responsables de que Zapatero todavía se mantenga en el poder.
Cuando un boxeador está grogui, aparece balbuceante con el deambular vacilante, dubitativo y comienza a bajar la guardia, mostrando flancos hasta entonces cubiertos. Así ha salido el chico del talante a la tribuna del hemiciclo. No ha hecho falta que la oposición le acorralara en el rincón: ha salido ya acorralado y sabedor de que nunca ocuparía el centro del ring. Ha desaguado un discurso huero, en que sólo ha encontrado una razón de todos los males económicos y sociales que nos afligen: los ocho años del gobierno de Aznar. Hay que tener pocos argumentos, escaso talento y nula capacidad política para, tras alcanzar las mayores cotas de paro conocidas, echarle la culpa a quien gobernó ocho años atrás. Sólo la osadía, propia del estado en que se halla puede conducir a alguien a sostener semejante afirmación.
A pesar de estar a punto de dar con sus huesos contra el suelo del cuadrilátero, Zapatero no pierde un ápice de su fobia a todo lo que huela a libertad. Entre las pocas propuestas que ha planteado, todas ellas inanes, una destaca por lo que trasciende; así, desde la agonía de su mandato, profetiza la necesidad de que la globalización se ajuste a un superorden mundial para que sea justa, y así quepan las posturas de los indignados que desde el 15 de mayo usurpan los lugares públicos al disfrute de los ciudadanos. Todo un ejercicio de maniqueísmo progre, a saber, el capital y las multinacionales son los enemigos de la clase obrera.
Por consiguiente: don Mariano, aproveche la coyuntura del combate, no es momento de dar vueltas dentro de las dieciséis (antes doce) cuerdas, opte por el chrochet, el directo o el gancho, pero ponga lo posible de su parte por acabar con este combate, porque como usted ha dicho no se debe prolongar un calvario inútil. Recuerde que el público siempre prefiere un K.O. frente a los puntos.