El régimen iniciado en el país andino y amazónico en el año 2005, cuando Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) vencieron limpiamente las elecciones nacionales, quedó tempranamente desenmascarado con la experiencia de la Asamblea Nacional Constituyente de corte chavista, la posterior violación sistemática de sus propias leyes, la colonización de todas las instituciones del Estado con agentes políticos del propio MAS, y el giro radical en política internacional hacia Irán, China, Venezuela y, por supuesto, Cuba.
Este itinerario, en un contexto social muy condicionado por el aumento exponencial de la industria del narcotráfico en el país, culminó con la impresentable sentencia del Tribunal Constitucional de 2017 que permitía, vulnerando lo dispuesto nítidamente en su propia Constitución, la reelección de Evo Morales y su caudillo Álvaro García Linera en los comicios del mismo año, cuyas vergonzantes imágenes de amaño siguen disponibles en internet para consulta de cualquiera que desee informarse.
En Bolivia, por mucho que ustedes lean otra cosa, no hay ni ha habido elecciones libres en los últimos años. Esto lo sabe cualquiera que conozca mínimamente el país y su historia. De los equipos de “ojeadores” electorales que han frecuentado el país mejor ni hablar; dos perfiles abundan en esas misiones: simpatizantes del régimen y personas con nula experiencia o conocimiento del mismo, que además ni se preocupan de informarse como es debido. Sí, rara vez, muy rara vez, uno encuentra personas con el valor suficiente para denunciar las fisuras de los sistemas electorales y la adulteración de esos procesos. Lo sucedido en los comicios de 2019, eso sí, no hubo manera de ocultarlo y la OEA no tuvo más remedio que denunciarlo públicamente, con el desenlace por todos conocido. Aun así, no olvidemos que los urdidores de todo aquello casi salen victoriosos. El mundo bolivariano entendió que debía perfeccionar el mecanismo mientras propagaba en la prensa y redes sociales que en Bolivia habían dado un golpe de Estado, quedando Morales y el MAS como víctimas.
Estos sucesos nos enseñan que en el actual contexto internacional, mediático e informativo, los sátrapas se mueven con gran soltura. Aprovechan, por un lado, que las filias y fobias ideológicas de quienes dirigen los organismos internacionales condicionan su determinación, y por otro, que el mundo occidental no sigue la cotidianeidad de lo que sucede en sus países, conscientes de que la información que llega a la opinión pública siempre o casi siempre lo hace filtrada por grupos de información afines o simpatizantes. No tienen nada que temer y disponen de todos los medios internos y externos para imponer su voluntad y relato. De hecho, el que se está construyendo en Bolivia, con proyección internacional, es claro: en las elecciones de 2019 hubo un golpe de Estado contra Evo Morales y García Linera y hay que rehabilitarles, depurando las responsabilidades de quienes lo perpetraron. Es decir, en esta absurda realidad distópica en la que vivimos, quienes llevaron a cabo el auténtico golpe, uno más, porque ya llevaban varios, pretenden quedar libres de toda sospecha y rehabilitados, mientas que quienes reaccionaron ante el fraude electoral y encauzaron la institucionalidad en el país van a acabar, muy posiblemente, en prisión.
Estas personas, todo sea dicho, cometieron un error, un inmenso error. Bueno, más bien dos. El primero, no haber acabado lo que empezaron tras el fraude electoral de 2019 con el coraje suficiente, aplicando la ley al MAS y sus dirigentes con toda su determinación; y el segundo, creer que las elecciones siguientes, las de 2020, serían libres y no abandonar el país en cuanto se conocieron los resultados. Por no hablar de dar credibilidad a las declaraciones de reconciliación de los dirigentes del proprio MAS. Es inexplicable que, con los antecedentes de la persecución a Carlos Mesa, E. Rodríguez Veltzé, Víctor Hugo Cárdenas y tantos otros dirigentes y personalidades, es decir, con el currículo que tiene el MAS en persecuciones, violaciones de todo tipo de derechos e incluso en simulación de atentados terroristas, hayan puesto en riesgo su libertad y la tranquilidad de sus familias. El Movimiento al Socialismo, el anterior y el actual, es una creación diseñada exclusivamente para acaparar poder sin limitación alguna. Una organización incompatible con cualquier estructura o diseño político democrático, y su principal tarea es eliminar progresivamente todo atisbo de oposición o alternativa de gobierno. Las circunstancias tan especiales que acompañan a este país, un verdadero laboratorio de las ideas comunistas del siglo XXI, presagiaban que, de ninguna manera, el MAS podía perder las elecciones de 2020, como así ha sido. Ni era creíble esa dispersión electoral de la oposición, ni tampoco lo ha sido el resultado final. Es demasiado lo que se sabe en Bolivia y lo que hay que tapar, como para permitir un gobierno libre y dispuesto a aclarar tantas cosas en la Plaza Murillo.
Tomen nota los españoles y vayan aprendiendo de los lamentos bolivianos, porque todo esto, exactamente todo esto, este proceso de degradación institucional en el magma de la confusión que asienta una hegemonía política es el futuro también prediseñado para nuestro país.
Juan J. Gutiérrez Alonso es Profesor de Derecho administrativo en la Universidad de Granada