Por fin una voz autorizada del PPC, la del veterano Rafa Luna, pide la dimisión del miembro del CAC Rodríguez Madero, exorcista en sus ratos libres, que, con un trabajo así, deben ser los más. ¿Qué hace un miembro del CAC en un día cualquiera? Quizá se levante, se ponga el calcetín izquierdo y mire amanecer. Luego, a diferencia del ídolo de Pilar Urbano, volverá a la cama, dormirá dos horas más, volverá a levantarse, se pondrá el calcetín derecho y se preguntará: ¿A quién sanciono hoy?
Desde que la ley hizo competentes para establecer lo verdadero y lo falso a esos ocho políticos con carné en la boca y a esos dos periodistas demandadísimos por los medios de comunicación, se sienten como jueces. Y lo son, qué caramba, pues su función no deja de ser jurisdiccional; y también gubernativa, en el sentido temible y apremiante que le daba el franquismo a ese término: "A esos les echo el cierre".
Les pagan veinte quilos al año, bastante más que a un juez, e incluso más que al hermano de Carod, que ya es decir, porque su cargo conlleva incompatibilidades. Es decir, son unos sacrificados, pues es sabido que todos ellos podrían doblar tal remuneración en el mercado. A todos les llovían las ofertas multimillonarias de las grandes cadenas, emisoras y rotativos. Echen un vistazo a sus nombres y comprobaran que se trata de la flor y nata de la profesión, aunque ahora mismo no recuerde a ninguno haciendo nada. Si uno de los males de España, y en especial de Cataluña, es que los jóvenes vuelven a querer ser funcionarios, llegar a miembro del CAC constituye la aspiración máxima. Una pasta semejante, atrae; pero tampoco es cuestión de ponerse a trabajar.
Para lograr su objetivo, es aconsejable que el joven catalán ingrese primero en un partido político, que no estudie carrera por no retrasar su medro en los pasillos y por no ofender a los superiores con sus conocimientos y títulos; el currículum siempre se puede decorar. Que, con esa ventaja, se meta en una lista autonómica y llegue a diputado. Que escriba algo de vez en cuando, aunque le cueste, o participe de algún modo en seminarios sobre comunicación. Llegado el momento, que sus amigos deslicen su nombre de "experto" y... ¡zas! ¡CAC!
Una vez allí, aunque le parezca estar de vacaciones permanentes, consuélese pensando en su decisiva contribución a la homogeneización de la sociedad catalana, requisito fundamental de la construcción nacional. Dedíquese, sin agobios, a dar y quitar licencias, a imponer sanciones. Mientras tanto, oscuros funcionarios de la Generalitat confeccionarán listas de periodistas desafectos y arrojarán formidables subvenciones a los medios dóciles. Sin alguno de estos engranajes, el modelo fallaría. Así que no se sientan culpables: por encima de la libertad está la nación.