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José T. Raga

'Leges mere penales'

La Comisión Europea pretende llevar a España ante los tribunales de justicia de la UE por la contaminación del aire en Madrid y Barcelona. A los ecologistas parece gustarles la idea.

En la tradición jurídica se ha distinguido, incluso con abundante literatura, entre las leyes que obligan en conciencia y aquellas otras que, ajenas a la conciencia humana, sólo nos sentimos obligados a cumplir por el castigo que podría derivarse de su incumplimiento.

Las primeras disponen sobre materias ancladas en el propio ser humano y en la tradición secular de sus mandatos –podríamos concretarlas hoy en las que afectan a los derechos humanos, como las concretaban los ciudadanos de la Grecia clásica en la voluntad de los dioses–. Recordemos el relato en el que Sófocles describe el conflicto entre Antígona y Anacreonte –rey de Tebas– a raíz del entierro de su hermano Polinices, prohibido por el rey. La respuesta de Antígona fue tajante: no es Zeus quien ha establecido tal prohibición.

Ahora que la Humanidad parece haber decidido no creer en nada fundamental y permanente, se ha convertido, supongo que sin pretenderlo, en esclava de la voluntad del gobernante, hasta el punto de someterse a manipulaciones y tergiversaciones de los propios derechos humanos, que en esencia son propios e inviolables de todos y cada uno de los hombres.

Obligados a cumplir todas las leyes, sería de esperar, en aquellas que se dirigen de algún modo o afectan a los seres humanos, que hubiera en su regulación y en las resoluciones basadas en ellas una fundamentación que las justifique por encima de la simple voluntad del poder correspondiente. Prescindir del hombre en lo que le corresponde es el primer escalón para acabar eliminándolo.

La Comisión Europea, amenazante, pretende llevar a España ante los tribunales de justicia de la UE por la contaminación del aire en Madrid y Barcelona. A los ecologistas parece gustarles la idea. Tanto a la primera como a los segundos, me atrevería a preguntarles sobre las razones para su preocupación.

No tengo dudas sobre la respuesta. Con toda seguridad, se limitarían a decir que hemos superado en las dos ciudades mencionadas el índice máximo de NO2 y quizá también el de CO2, y quién sabe cuántos índices más.

¿Estamos ante dos dioses nuevos, ignorados por la Historia –nitrógeno y carbono–, que se sienten ofendidos con nuestro comportamiento? ¿Cuántos dioses más necesitaremos –cambio climático, ejercicio físico, velocidad de circulación, ingesta de ciertos alimentos– para sustituir a Dios?

¿Para qué una ecología, un aire limpio y saludable, sin la presencia del hombre? ¿Ni a la Unión Europea ni a los ecologistas les dice nada que ese país con un aire contaminado por encima de todo lo tolerable tenga la mayor esperanza media de vida del mundo – 83,3 años–, sólo después de Hong-Kong –84,1–, Japón – 83,9– y Suiza –83,5–?

¿Será que en España, en virtud de no sé qué prerrogativa, el dióxido de nitrógeno y el de carbono se convierten en elixires de longevidad? ¿Cabe una dictadura que, por supuestas ciencia y técnica, condicione tanto la vida del hombre?

Para cuándo un ¡basta ya!

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