Pronto ha mostrado doña Susana Díaz lo que lleva dentro de su ser. Tampoco es extraño, aunque sí lo es la rapidez en que se ha producido; atrás queda su fachada de bonanza racional e ideológica, con la que se presentó en público. Teníamos puestas en ella las mayores esperanzas. Persona risueña y no colérica, como suele ser el caso de los líderes de la izquierda –como si todo el mundo les debiera algo–, racional, con argumentos hilvanados y coherentes, cosa que tampoco es habitual en sus correligionarios.
Además, era portadora de una fortuna, la de la juventud, la cual le permitía moverse sin portar un talonario de facturas –se entiende de facturas políticas, no de las que acostumbraban sus sindicalistas a cargar a la Junta de Andalucía–, con la pretensión de pasar a la sociedad los cargos de una historia que nunca existió, según la cual la izquierda es ética por definición, detenta también la hegemonía cultural y educativa y muestra, para ejemplaridad de todos, su compromiso con los más necesitados, que ven en su ideología la solución a sus carencias.
En sus primeros balbuceos, parecía tener otro talante; hasta consiguió en un acto público arrancar una sonrisa al secretario general del partido, cosa poco frecuente, pues abunda en malhumor adornando su rencor. Se la veía capaz de comprobar que la izquierda es, al menos, tan inculta e ineducada como la derecha, o más; que, en cuanto a referentes éticos, ni a sus militantes más informados se les ocurre siquiera mencionarlos –ha llovido demasiado–; y, en lo referido al compromiso con los más necesitados, sólo puede sostenerse como una referencia retórica.
Parecía que la señora Díaz era aire fresco en el Partido Socialista Obrero Español, que buena falta le hace, dispuesta a iniciar un camino en Andalucía que fuera generalizable para el conjunto de la Nación, en el momento en que hubiera ocasión para ello. Muchos la recibimos con ilusión, porque soñábamos en un día en el que España no iba a ser tan diferent en los perfiles políticos de ciudadanos y partidos respecto a nuestros vecinos europeos.
Pero no. Todo se ha venido abajo. Ya ha aparecido como la socialista de siempre; lanzando filípicas y poniendo como vicios políticamente imperdonables lo que son sus propias insuficiencias. La señora Díaz tiene que entender que el volumen de gasto público no es una virtud; que su crecimiento se hace con cargo al sacrificio de todos los contribuyentes, que piensan, con lógica, que donde mejor se encuentra su dinero es en su propio bolsillo.
No son poco patriotas los que bajan impuestos, sino los que los suben, escurriendo los bolsillos de ciudadanos y familias. Un día, señora presidenta, también los andaluces, que no lo han hecho todavía, despertarán de su letargo, y el engaño del socialismo radical de 1917 morirá sin dejar rastro, como ha pasado en el mundo desarrollado.