Como era de esperar, las accidentadas –accidentadísimas estaría mejor– negociaciones de El Cairo para un alto el fuego duradero en la Franja de Gaza están revelando la complejidad de la situación que ha creado el enfrentamiento. Y también las nuevas alianzas que se han ido forjando.
La más evidente es la del Gobierno de Al Sisi con el israelí. No es que los israelíes, en general, esperen mucho de los resultados de esta guerra. Mucha gente opina que lo mejor que podría pasar sería algo parecido a lo ocurrido con la Segunda Guerra del Líbano, que acabó con las tentaciones de Hezbolá de volver a atacar Israel desde el otro lado de la frontera. Para eso el mejor aliado es Egipto, que ha aislado a Hamás entre los países de mayoría musulmana, ha acabado con los túneles que permitían el contrabando entre Gaza y su territorio y está terminando con el terrorismo en la península del Sinaí. Todo con una discreción notable.
El documento presentado por El Cairo supone, como también era de esperar, un duro golpe para Hamás, en línea con lo que marca la política egipcia. La propuesta prevé facilidades para los pasos fronterizos –es decir, un aligeramiento del llamado bloqueo que ejercen tanto Israel como Egipto–, así como la disminución gradual de la zona de aislamiento en torno a las fronteras de Gaza. A cambio, Hamás tendría que aceptar la presencia de la Autoridad Palestina en la Franja, algo que no le gusta. Habrá que establecer medios de controlar las entradas y salidas, la financiación y la forma en que se utilizan los materiales de construcción. Se habla mucho debloqueo, pero se reconocerá que eso no ha impedido a Hamás construir sofisticadas infraestructuras terroristas, también con material israelí. No está prevista la apertura de puerto ni aeropuerto alguno en la Franja.
El principal problema para Israel reside en que la propuesta resucita los Acuerdos de Oslo, es decir la devolución a la Autoridad Palestina de las competencias sobre partes de Cisjordania. Después de lo ocurrido, está claro que Netanyahu –ni ningún otro gobernante israelí– va a aceptar nada que pueda poner en peligro la seguridad de Israel. Seguramente la guerra de Hamás ha postergado la solución de los dos Estados.
No se sabe hasta dónde está dispuesto a llegar Mahmud Abás, que –al revés de lo que pareció al principio del enfrentamiento– ha salido reforzado. Una encuesta ha señalado una caída importante de la popularidad de Hamás en Gaza. Y aunque haya grandes diferencias entre la Autoridad Palestina, el Gobierno egipcio y los israelíes, parece claro que Hamás lo tiene ahora muy difícil. Se las ha arreglado para reunir en su contra a Egipto, Israel y la Autoridad, y el sufrimiento al que ha sometido a la población civil, la destrucción, los casi dos mil muertos aparecen como lo que son, algo sin ningún sentido. Hamás apostó por el enfrentamiento para salir de una situación de bloqueo, y está saliendo, si es que el alto el fuego se confirma, en peor estado aún del que estaba: más aislada, con la infraestructura terrorista a medio desmantelar, sin capacidad para renovar su arsenal y habiendo dejado claro para qué quiere a la población de la Franja.
Incluso la Yihad Islámica Palestina, la segunda banda terrorista más importante de las que operan en Gaza, parece dispuesta a sumarse en parte a las propuestas de los egipcios. La Yihad Islámica fue fundada en 1979, por miembros de los Hermanos Musulmanes en desacuerdo con una organización que juzgaban demasiado moderada. Es responsable de multitud de atentados, está financiada por Irán, antiguo apoyo de Hamás, y respaldada por Al Quds, las fuerzas de choque de Irán. Teherán dejó de apoyar a Hamás cuando se declaró la guerra en Siria.
La alianza también deja ver la voluntad de los tres nuevos socios por dejar al margen, en la medida de lo posible, a Washington. No es verosímil que a la Administración Obama le haya sentado bien este movimiento, que corrobora algo que ya venía ocurriendo durante las negociaciones de paz entre el Gobierno israelí y la Autoridad Palestina. La novedad, sin embargo, podría tener su compensación si los tres poderes regionales, que podrían verse respaldados por Arabia Saudí y por Jordania, tomaran la iniciativa para hacer algo serio, algo importante que condenara el terrorismo, diera un toque de atención a los demás Gobiernos de la zona y demostrara que hay quien está dispuesto a tomar en sus manos la solución de conflictos que son responsabilidad suya.
Es lamentable que tanta gente dé por descontado que nunca se vaya a llegar a un momento así, cuando la oportunidad, sin embargo, es tan clara.
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