Los vídeos de la degollación de Foley y Sotloff han surtido efecto, y Obama anunció la semana pasada que Estados Unidos va a comprometerse en una nueva oleada de acciones bélicas en Oriente Medio. También va a liderar, en la medida de lo posible, una coalición de países para participar en esta guerra que no lo es del todo, porque el presidente norteamericano parece estar decidido a no enviar fuerzas de infantería para luchar sobre el terreno.
La respuesta de los terroristas de Estado Islámico (EI) no ha tardado mucho. Han vuelto a difundir un nuevo vídeo con otra degollación, esta vez de David Haines, un cooperante británico, y amenazado con asesinar a otro, Alan Henning, en un momento en el que Cameron se encuentra en una situación particularmente delicada. Una vez que Estados Unidos ha mordido el anzuelo,parece claro lo que EI está haciendo con el gobierno británico.
Es posible que lo consiga, y sin duda aumentará la presión para que haya un mayor compromiso bélico en la zona. Es dudoso que esta presión venga de la opinión pública norteamericana o británica. Aunque es posible que los vídeos del EI hayan empezado a cambiar las cosas, una encuesta del mes de agosto del Pew Research Center revelaba que el 42% de los norteamericanos afirmaba no tener conocimientos para poder formarse una opinión sobre la guerra en Siria, y un 40% decía lo mismo acerca del EI (frente a un 18 y un 14% de satisfechos, un 21 y un 30% de insatisfechos por la escasa intervención y un 16 y un 12% de insatisfechos por considerar la intervención excesiva). Esto quiere decir que cuando los norteamericanos escuchan hablar de estos asuntos, la mayoría desconecta. Consideran que ya han hecho lo suficiente y no están dispuestos a seguir pagando el precio de una violencia que consideran ajena. Aun así, las elites sí que están convencidas de que hay que hacer algo contra el EI. Y ese algo consiste en intervenir militarmente en la zona.
Convendría preguntarse –si de verdad las decapitaciones son una provocación, como resulta verosímil– por qué el EI está tan interesado en que Estados Unidos y sus aliados (occidentales) vuelvan a intervenir militarmente en Oriente Medio. Y es posible que la respuesta resulte tan sencilla como parece: nada conseguirá inflamar más la militancia yihadista que esa misma intervención. Si los vídeos de las decapitaciones son, como todo lo indica, un elemento extraordinariamente atractivo para conseguir militantes yihadistas entre muchas comunidades musulmanas de todo el mundo, la bandera de una guerra contra "Occidente" seguramente multiplica esa eficacia. Es comprensible que Obama no pueda hacer otra cosa, pero también sabe –y así lo demuestra una vez más su muy personal estilo de retorcer los argumentos– dónde está la opinión pública, en particular la que le llevó a la Casa Blanca. Sin duda, también sabe que ha empezado a regalar a los terroristas islamistas el motivo que andan buscando para ampliar su influencia en Oriente Medio y en "Occidente".
A pesar de todo su despliegue, su crueldad, su dinero y el territorio que controla, el EI no es invulnerable. Lo han empezado a demostrar los bombardeos selectivos realizados por Estados Unidos y la acción de los kurdos, que han recuperado la iniciativa después de un momento de debilidad. Más aún, el EI ni siquiera es, como Al Qaeda, una organización capaz de dirigirse al conjunto de los musulmanes dispuestos a radicalizarse. El EI es un grupo terrorista suní, específicamente comprometido en la lucha contra los chiitas.
Este carácter específico del EI da la medida de algo que a veces se olvida en relación con lo que ocurre en Oriente Medio. Los grupos o bandas terroristas deberían ser considerados como lo que son, en buena medida: ejércitos particulares al servicio de los intereses específicos de los gobiernos y a veces de los particulares de la zona. El EI no es una excepción, con sus apoyos en Arabia Saudita, en Qatar y también en el interior de Irak.
Es difícil desligar esta realidad de otra, como es la completa falta de voluntad de esos mismos gobiernos para comprometerse –sobre el terreno– en la lucha contra bandas como EI. La cuestión suena, ahora mismo, a política ficción, pero mientras países como Arabia Saudita no comprometan a sus propias Fuerzas Armadas regulares en la lucha contra el EI, o contra cualquier banda de la zona, parece evidente que la infantería de las democracias liberales tiene poco que hacer allí. Excepto, claro, servir de llamada para futuros yihadistas y de blanco para más ataques terroristas.
Eso no quiere decir que no haya mucho que hacer. Los ataques selectivos desde el aire continuarán, sin duda, para limitar el daño y proteger a las poblaciones indefensas. Estados Unidos podría apoyar con más energía de lo que lo ha hecho hasta ahora a Israel y a los kurdos, además de al gobierno de Al Sisi en Egipto y a los jordanos. Obama no ha sido capaz de establecer con claridad sus prioridades en la zona, y algunos de sus aliados tradicionales, entre ellos los israelíes y los egipcios han tenido suficiente ocasiones para no sentirse apoyados. Los demás, como es lógico, no se fían de él. No se sabe si el anuncio de una intervención más intensa en Irak conseguirá cambiar esta predisposición en una región en la que la confianza es un bien escaso.
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