Sin quererlo, Miguel Sebastián, arquetipo del progresismo español, ha hecho un hallazgo. Hasta ahora, para traducir la famosa expresión “deplorables” con la que Hillary Clinton mostró su desprecio hacia los votantes de Trump, aplicábamos un calco y repetíamos el mismo término, a la española. Pero cuando Juanma Rodríguez consiguió sacarle de sus casillas por su muy característico comentario sobre la covid-19, Sebastián encontró la buena traducción: "Gentuza". Juanma es "gentuza". Y gentuza, muy precisamente, es lo que son los antes llamados “deplorables”, los votantes y estos simpatizantes de Trump. Lo único un poco peligroso del término es que sus destinatarios se sientan demasiado halagados. Está bien saber que se es gentuza, pero sin buena conciencia.
El caso es que lo que algunos medios norteamericanos empiezan a llamar “coalición rural” nosotros podemos denominarlo de esta otra manera. Y en las elecciones del pasado día 3 se trataba de dilucidar si esa coalición, que es como allí les gusta hablar de los grandes movimientos sociales, se disolvía con el primer mandato de Trump. No ha sido así, y lo que se esperaba, y se deseaba, como el final de una etapa ha demostrado la capacidad de supervivencia y la consolidación de ese movimiento. La ola de populismo patriótico que Trump ha liderado está lejos de haber entrado en crisis, ni siquiera de retroceder.
Si se confirma que Trump ha perdido las elecciones, habrá que ver lo que ocurre con este movimiento. Se puede soñar con un trumpismo sin Trump, domesticado, adaptado a una nueva circunstancia. Se evitarían los rasgos más hirientes y abrasivos, aquellos que –muy probablemente– le han arrebatado algunos o quizás más que algunos votos, por ejemplo los de los republicanos centristas de Arizona, antiguo cacicato de John McCain, tan maltratado en su momento por el todavía presidente.
Se trata, con toda probabilidad, de un espejismo. Sobre todo si se concibe como una restauración de las antiguas elites republicanas, como McCain, a las que el liderazgo de Trump se enfrentó con tanta virulencia y que no se lo han perdonado nunca. Las razones son dos. Lo que llega ahora a la Casa Blanca, si es que por fin llega, y el propio movimiento que se ha creado en torno a Trump.
En cuanto a lo primero, la selección de Biden como candidato y la coalición de elites, jóvenes y minorías que le apoyan indica que los demócratas no han querido enterarse de lo que ha estado tomando cuerpo desde la presidencia de Obama. Y no es otra cosa que un rechazo frontal a las políticas de identidad y de transformación de la nación norteamericana puestas en marcha desde entonces. Al contrario, están convencidos de que son portadores de un proyecto que encarna, otra vez, el sentido de la Historia. El que no está de su lado es “deplorable” o, más exactamente, “gentuza”. Y a partir de esa seguridad, la de estar en posesión de una verdad incontrovertible, que ha resistido a la llegada del siglo XXI, se llega con facilidad al desprecio y a la violencia, sin excluir la física, como quedó claro este verano. No es verosímil, por tanto, que haya ninguna voluntad de abrir una etapa de negociación y de diálogo por parte de los posibles ganadores.
En cuanto a lo segundo, lo más interesante es que la coalición de la gentuza no sólo se ha mantenido y extendido, con más de 68 millones de votantes frente a los aproximadamente 63 millones de las elecciones de 2016. También ha iniciado una forma de ampliación. En contra de lo previsto, Trump ha atraído un voto considerable de hispanos (35%), asiáticos (28%), además de mujeres (44%) y jóvenes de entre 18 y 29 años (36%). Los miembros de algunas minorías empiezan a estar cansados de su etiqueta minoritaria y no se identifican con el papel de víctimas y asistidos, siempre quejumbrosos, que los progresistas les reservan en su nueva nación desarticulada y sin sentido de lo propio ni de lo común. De fondo está el cambio gigantesco que ha hecho del Partido Republicano el partido de los trabajadores, ahora llamados los poco educados, es decir los ignorantes, sin duda porque no votan como deberían, y la resistencia del Sur a volver al seno materno del Partido Demócrata, que era con lo que soñaban los estrategas progresistas.
De perder Trump, habrá sido por la gestión de la covid y por su propio carácter, que le ha impedido ensanchar algo más su base electoral. Se refuerza, en cambio, la movilización de los progresistas, intensificada por la sensación de haber desaprovechado una gran oportunidad. Y se refuerza, también el nuevo republicanismo, esa coalición de gente deplorable, despreciable, lastimosa –gentuza, en suma– que un nuevo liderazgo tendrá ahora que preservar, consolidar y ampliar.