Al acuerdo entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU) con la mediación de EEUU se ha llegado después de mucho tiempo de trabajo, del que, casi milagrosamente, no se había filtrado nada. Lo han propiciado una serie de circunstancias que afectaban a los tres interlocutores: las elecciones presidenciales norteamericanas y el final del mandato de Trump, que exigía un hecho relevante para su campaña; la dificultad para Netanyahu de cumplir su promesa de anexión sin enfrentarse a los Estados Unidos; la amenaza iraní para EAU (también para Israel) y el presentarse este ante el resto de los países musulmanes como el Estado que logró suspender esa misma amenaza de anexión.
Si fructifica, el acuerdo tendrá consecuencias visibles en la región. Se abrirá una vía de colaboración de gran potencial entre quienes poseen fondos casi sin límite (EAU) y los que tienen gran capacidad de innovación e investigación (Israel). Se rompe el tabú que pesaba sobre Israel desde el acuerdo de paz que estableció con Jordania, hace 25 años (el anterior, con Egipto, lleva vigente otros 40). Países vecinos empezarán a conocerse unos a otros. Y se manda un mensaje fuerte al aventurerismo terrorista de Irán, que se enfrentará a un grupo de países decididos a hacerle frente. También señala la voluntad de los Estados Unidos de Trump de no abandonar la región, como probablemente le habría gustado hacer a Obama, mediante un doble compromiso con Israel y los países árabes. También es cierto que tanto Israel como EAU han tomado nota de que el compromiso de Estados Unidos no será ya como el de hace unos años.
Hay más. Si el acuerdo se va cumpliendo, tendrá un significado de largo alcance, en particular para los países musulmanes. EAU, bajo el liderazgo del modernizador Mohamed ben Zayed, continúa una tradición propia y abre la vía a una tolerancia renovada, como quiere proclamar el nombre oficial del acuerdo, que hace referencia a Abraham, profeta y antepasado común de las tres religiones del Libro. Además, como explica el investigador y asesor Ed Husain en un libro que ha publicado Mosaic, la excelente revista de estudios judíos, EAU, al dar este primer paso, rompe con la traslación política de un concepto propiamente musulmán como es el de la umma. No tiene por qué dejar de existir en términos religiosos, pero en la vida profana esa idea de una comunidad musulmana que trasciende fronteras ha sido un impedimento para la creación de naciones-Estado. Y el éxito de Israel, que defiende con la máxima energía su naturaleza y su independencia nacionales, viene a demostrar la relevancia del concepto –también los europeos podrían empezar a reconsiderar el asunto–. Se abre paso una nueva forma de pensar la identidad política en el mundo musulmán. La propicia una monarquía.
Son las monarquías, de hecho, las que mejor han asegurado una cierta estabilidad al mundo musulmán, que desde los años 50 del siglo pasado ha conocido dos gigantescas olas revolucionarias, la de los nacionalismos postcoloniales primero y luego, a partir de los 70, la del islamismo. Como escribe Husain, la Primavera Árabe puso punto final a esos 60 años que, lejos de haber contribuido al progreso, han acabado hundiendo a las sociedades musulmanas en la corrupción, el desempleo, la pobreza, la falta de horizontes y muchas veces el fanatismo. Es posible que las poblaciones, mayoritariamente jóvenes, de los países musulmanes hayan llegado a un punto límite, a partir del cual habrá que articular algo nuevo.
Por su parte, Israel deja de ser la pieza principal de la gran coartada propagandística del nacionalismo y del islamismo. El choque es gigantesco para la mentalidad musulmana, aunque probablemente hubiera ya una cierta predisposición favorable. Quizás entre los musulmanes ya no se habla tanto de tradición y modernidad, o de religión y leyes seculares, como de derechos humanos, de la situación de las mujeres y de progreso económico. Ha habido rechazos clamorosos, por parte de Irán, claro está, así como de Turquía y de Qatar. Pero no ha habido grandes movilizaciones y el resto de los países árabes contemplan el asunto, como mínimo, con interés.
Donde sí puede ser crucial el acuerdo es en la población palestina, protagonista y rehén de esa propaganda antiisraelí y antisemita (dos matices de una misma actitud) que ha servido a los intereses tanto de nacionalistas como de islamistas y que tanto daño ha hecho en las poblaciones musulmanas. A cambio del reconocimiento y las nuevas relaciones con EAU, Israel ha aceptado postergar la asimilación de los territorios de Samaria y Judea. Es una nueva oportunidad para la creación de los dos Estados, una oportunidad que se basa, a diferencia de los intentos anteriores, en la realidad: la inevitable existencia del Estado de Israel. A los palestinos ya no les sirven ni Hamás (el islamismo) ni la Autoridad Palestina (el nacionalismo árabe). Habrá que ver si logran un liderazgo distinto.