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José María Marco

El futuro del Partido Republicano

Es un momento de cambio. En las formas, con un Trump que reivindica una forma populista, ruidosa y grosera de democracia, pero también con propuestas.

Las encuestas no son buenas para Trump. Nunca, desde hace cincuenta años, un presidente candidato a las elecciones ha estado tan lejos de su rival antes de las convenciones de sus partidos. También en 2016 iba Trump por detrás de Hillary Clinton, pero la diferencia era de 2,3 puntos, no de ocho. Trump, a pesar de lo mucho que él mismo hace para perjudicar su candidatura, iba bien hasta hace unos meses. El covid-19 lo ha cambiado todo, con el foco puesto en dos puntos: la gestión muy mejorable de la crisis sanitaria y el desplome de la economía.

Es comprensible por tanto el entusiasmo de los fans y los seguidores del Partido Demócrata, aparte del de los nevertrumpistas, que a pesar de ser una minoría son ruidosos y llaman la atención, por ser muchos de ellos republicanos o ex republicanos.

Bien es verdad que no está todo jugado todavía. Por parte del Partido Demócrata, a pesar del éxito de su convención de la semana pasada, la prioridad de las minorías y las políticas de identidad no tiene por qué traducirse en el caudal de votos que los demócratas esperan. A eso se añade el nuevo "Summer of Love" que ha vivido Estados Unidos tras la muerte de George Floyd por un agente de policía. Está por ver qué respaldo le reportarán a los demócratas su alineación con los gamberros y los saqueadores –elevados a categoría de héroes-, y cuántos votarán a un presidente que se ha erigido –un poco paradójicamente, dada su personalidad- como el paladín del orden y la ley. El puesto, en cualquier caso, no lo han querido ocupar los demócratas. Y a pesar de lo ocurrido Trump, que con sus reducciones fiscales y sus políticas de desregulación propició un crecimiento sostenido y más intenso que el de Obama, sigue teniendo mejor reputación en cuanto a la gestión económica. Algo que sigue siendo importante en Estados Unidos.

Un buen conocedor de la política norteamericana apuntaba esta misma semana una constante en la naturaleza de los dos partidos históricos norteamericanos. Según Michael Barone, el Partido Demócrata suele ser promover coaliciones entre minorías que, unidas en torno a una candidatura, tienen grandes posibilidades de alcanzar el poder. En este caso, estaríamos ante una gran coalición de minorías étnicas o culturales, jóvenes y clases acomodadas de las dos costas. El Partido Republicano, en cambio, tiende a concentrarse en un grupo, difícilmente mayoritario, que se considera a sí mismo representación de la identidad norteamericana, a la que aspira a defender. Este grupo ha variado con el tiempo, desde los primeros "yanquis" de la Costa Este, los fundadores del Partido Republicano. Lincoln allegó luego los inmigrantes de origen alemán. Más tarde se sumaron los trabajadores de filiación protestante del Norte del país. Con el gran cambio estratégico de Nixon, grandes poblaciones sureñas se unieron al republicanismo, como habría sido impensable hasta entonces. Luego vinieron las guerras culturales, en particular sobre el aborto. Y ahora tenemos una auténtica batalla que definirá el alma y la identidad de Estados Unidos para los próximos años.

Es un momento de cambio. En las formas, con un Trump que reivindica una forma populista, ruidosa y grosera de democracia, pero también con propuestas muy distintas de lo que ha sido el republicanismo reciente (proteccionismo en el comercio, reequilibrio –o desorden- internacional, nueva relación con China) y, sobre todo, con un electorado distinto, cada vez más popular y con menos medios. Están más cerca de lo que antes se habría llamado la clase trabajadora. Ahora que ya no votan progresista, son los "deplorables" o los "poco educados". Hay "educados" que están convencidos de que a este sector le iría mejor con un programa casi socialdemócrata, como es en parte el de Biden. No sabemos si los afectados piensan lo mismo. Saldremos de dudas en septiembre.

Si Trump sale derrotado, no parece fácil que el republicanismo vuelva a la supuesta "normalidad" –o normalidades, para decirlo más propiamente- que representaron Reagan y George W. Bush. Más bien habría que estar atento para intentar comprender el nuevo terreno de juego de esta forma de defensa de la identidad norteamericana. Por otro lado, Trump, a pesar de ser una consecuencia de las políticas de identidad de Obama, también lo es de un movimiento, propiamente norteamericano, que nació antes de que Trump soñara siquiera en hacer política. Habría que ver si se extingue con él, o si el giro que le ha dado Trump con su nuevo populismo adquiere nuevas formas y nuevos rostros.

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