En 1985 yo trabajaba algunas tardes en San Fernando de Henares, una ciudad cercana a Madrid. Una noche, habiendo cogido el coche para volver, me encontré metido en un atasco monumental a la entrada a la autovía de Barcelona, dirección Madrid. Lo supe cuando llegué a casa: había pasado por delante del escenario del primer gran atentado islamista en Europa, el restaurante (o lo que quedaba de él) El Descanso, un lugar frecuentado por los soldados norteamericanos de la base de Torrejón, aunque en aquel atentado, por lo tardío de la hora, sólo murieron españoles: 18, y más de 80 resultaron heridos.
Entonces, a pesar de la revolución en Irán –y de vivir en un país que debía haber conocido mejor el islam–, seguíamos teniendo pocas referencias acerca de la yihad y la violencia. Luego todo cambió y en los años 90 la ofensiva cobró perfiles más y más concretos, hasta llegar a los ataques del 11-S y del 11-M, otra vez en Madrid. A lo largo de todo aquel tiempo, hubo algunos libros que a muchos nos empezaron a servir de guía para intentar comprender algo de lo que estaba ocurriendo. Entre ellos estuvieron, desde muy temprano, los de Bernard Lewis. Muchos recordarán ¿Qué ha fallado? (2001), un ensayo corto que intentaba esclarecer qué había ocurrido para que desde el fondo mismo del islam surgiera aquella monstruosidad, y La crisis del islam. Guerra santa y terrorismo (2003), otro éxito mundial que sintetizaba en unas 150 páginas la larga y complejísima historia de las relaciones entre el islam y Occidente, intentando comprender la historia desde una perspectiva interna al mundo islámico.
La rapidez y la solvencia con la que Lewis respondió a una demanda generalizada se entiende si se tiene en cuenta que ya en 1976 había publicado un ensayo, titulado "The Return of Islam", en el que explicó la profunda tendencia a la reislamización que se estaba produciendo en lassociedades musulmanas. Lewis no predijo la revolución iraní de 1979, pero cuando llegó estaba listo para entender lo que estaba pasando. En 1990 publicó un ensayo fundamental, "The Roots of Muslim Rage", en el que se encuentran buena parte de las ideas que luego, después del 11-S, expuso con mucha mayor repercusión. Para quien había seguido la evolución de la situación, con el primer atentado contra el World Trade Center y los ataques contra objetivos militares y políticos norteamericanos, Lewis ya había dado claves relevantes. Por mucho que fuera Ben Laden, como él mismo señaló, el que le hizo famoso.
Para entonces, a finales de los 90, Lewis llevaba ya 60 años publicando estudios sobre el mundo musulmán. Empezó a finales de los años 30 y continuó luego con la investigación de los archivos imperiales otomanos, lo que le llevó a convertirse en el gran especialista occidental en historia de Turquía. (En sus memorias recuerda, como auténtico historiador que siempre ha sido, la felicidad casi infantil que sintió en 1950 cuando le dieron permiso para entrar en aquellos archivos casi inexplorados hasta entonces). Luego vinieron algunas de las mejores obras de síntesis sobre el islam, pero también sobre el conjunto de Oriente Medio, como el gran The Middle East (1995) y otras más específicas, como The Muslim Discovery of Europe (1982) o el estupendo Las identidades múltiples de Oriente Medio (1998). Sigue siendo recomendable El lenguaje político del islam (1988), un pequeño manual sobre un tema delicado, o el breve volumen que dedicó a la secta de los Asesinos (1967), que surge de su tesis doctoral dedicada a los ismaelitas, y modelo de claridad, síntesis y contextualización, gracias a lo cual el lector comprende el significado profundo de aquel grupo de radicales legendarios, predecesora de muchas otras, muy posteriores.
Entre los elementos fundamentales que Lewis destacó del islam están realidades que ahora, en buena medida gracias a él, nos parecen evidentes, aunque estamos aún muy lejos de haber apurado todas sus repercusiones. Una es la preeminencia de la religión en el islam, que hace muy difícil entender nada de lo musulmán si no se tiene en cuenta el hecho religioso. Y otra es la complejidad de la relación del islam con el cristianismo, debida, en parte, a la común raíz monoteísta de ambas civilizaciones y a su ambición común, única entre todas las religiones, de dominar el mundo.
Por eso, es decir por el esfuerzo por comprender el islam, resulta tan difícil de entender la polémica que le enfrentó a Edward W. Said después de que este publicara su estudio sobre el Orientalismo. Said se situaba en el horizonte postestructuralista, que en los años 70 –cuando el comunismo acababa de quedar desprestigiado con la invasión de Checoslovaquia, la publicación de Archipiélago Gulag y la revolución antiautoritaria– se esforzó por recuperar el marxismo en favor de las nuevas políticas de identidad, implicadas a la vez en una ofensiva antioccidental y antiliberal. (Sabemos en qué ha acabado, por ahora, todo esto). Desde esta perspectiva, Lewis, representante del orientalismo académico, habría contribuido a construir la imagen del musulmán que le interesaba al imperialismo occidental y sobre la que han fantaseado sus peones, artistas, ideólogos y universitarios. Said sugería una nueva emancipación postcolonial, la definitiva, que dejara atrás los arquetipos del orientalismo, un término que, en cualquier caso, ya estaba obsoleto en los años 70. (Entre los muchos intelectuales que suscribieron las tesis de Said está Juan Goytisolo, que firmó el prólogo a la versión española). Lewis, que había publicado una reseña crítica del estudio, reprochó a Said haber introducido la política, es decir la mala fe, en los estudios académicos, donde deben primar los criterios científicos, la libertad y la confianza en las bases universales del saber racional.
Son los fundamentos de toda su obra, que compagina la amplitud de conocimientos con la capacidad de síntesis y la sensibilidad para el detalle revelador, sorprendente y entretenido.Lewis también tiene el don de la ironía, que descoloca las posiciones demasiado consolidadas y obliga a volver a pensar lo que creemos que sabemos. Todo ello inadmisible, sobre todo para quien se cree en posesión de la verdad aunque niegue su existencia.
El caso es que, en contra de lo que sugirió Said –y con él buena parte del establishment universitario–, la obra de Lewis ha sido siempre una invitación a entender la realidad desde el punto de vista islámico (por ejemplo, el colapso de la Unión Soviética como una victoria de la yihad) y comprender la variedad y la complejidad del islam. En vez de apuntalar prejuicios, lo que hace su obra, tan profundamente humanista, es suscitar la curiosidad y la simpatía por una de las grandes civilizaciones de la historia. Es imposible seguir con los estereotipos sobre lo musulmán una vez se ha leído un par de libros suyos. Otro tanto se puede decir del grupo de orientalistas del que formó parte cuando dejó Gran Bretaña y se instaló en Estados Unidos (en la universidad de Princeton), y que contó, entre otros, al gran Elie Kedourie, más conocido en los países de habla hispánica por su ensayo sobre el nacionalismo. (Lewis se encargó de la edición de un magnífico The World of Islam –en el que participó Emilio García Gómez– paralelo al que Kedourie dedicó al mundo judío –The Jewish World–).
Como ya se habrá comprendido, Lewis, a pesar de su muy amplia obra académica, no se ha aislado nunca de la esfera pública. Siendo él mismo judío, sigue siendo de referencia su ensayo sobre el antisemitismo, Semites and Anti-Semites (1986), en el que compara el daño causado por Israel con los infinitamente superiores que han causado el colonialismo occidental o las luchas internas del islam, como la guerra entre Irak e Irán. En sus memorias narra los juicios a los que se enfrentó en Francia por haber afirmado que la represión contra los armenios por el Gobierno turco no fue un genocidio.
La más polémica de sus intervenciones fue su posición ante la intervención en Irak en 2003. Lewis ha recordado siempre que no respaldó la invasión, como sí había respaldado la primera guerra del Golfo. En cambio, proporcionó a la Administración Bush, y a quien quisiera escucharlo, argumentos que justificaban el intento de implantar un nuevo régimen en Irak. No es una posición fácil de comprender en alguien que conocía tan bien el mundo musulmán. Se entiende mejor si se tiene en cuenta el trasfondo liberal, y progresista, de Lewis, y su confianza en la capacidad del ser humano para mejorar. Lewis no siempre ha mantenido las mismas posiciones a este respecto. Por entonces llegó a pensar que en un país como Irak se podía construir, si no una democracia, sí alguna clase de régimen civilizado… eso sí, siempre que se respetaran las tradiciones musulmanas y no se quisiera imponer las occidentales.
Lewis ya no escribe, pero acaba de cumplir cien años. ¡Felicidades!
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