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José María Albert de Paco

Y sin embargo

En cuanto a la creencia de que la infiltración del capitalismo acabe favoreciendo la instauración de la democracia, no hay más que volver la vista a China.

En cuanto a la creencia de que la infiltración del capitalismo acabe favoreciendo la instauración de la democracia, no hay más que volver la vista a China.

Entre los cubanos afectos al castrismo, el embargo estadounidense ha dado lugar a enjuagues de todo a cien en que confluyen la santería, la abulia y el cinismo. Así, no hay lacra ni deficiencia que no sea achacable al imperialismo. ¿Que la guagua se demora? El bloqueo, chico, ya tú sabes. ¿Que no hay suministro de luz? Los gringos, que nos tienen bloqueaos. ¿Que la hermana del vecino se prostituye? Qué otra cosa iba a hacer, con el enemigo a 90 millas apretándonos las clavijas.

Se trata, además, de un mantra omnímodo y, por ello mismo, irresistible, pues no sólo sirve para paliar el fracaso cotidiano de la Revolución, sino también para seguir abonando la ficción de que el socialismo es un sueño infalible, y que sólo la conjura filofascista del complejo militar-industrial ha evitado su triunfo. ¡Qué no seríamos nosotros, ay, sin el bloqueo!

Resulta tentador especular con que el fin del embargo dejaría a los Castro y sus secuaces sin pretexto, aunque no conviene descartar que, en esa tesitura, el régimen invoque, en lugar del bloqueo, la herencia del bloqueo (del mismo modo, y disculpen la obscenidad, que en una Cataluña independiente el expolio se transubstanciaría en deuda histórica). En cuanto a la creencia de que la infiltración del capitalismo, siquiera por extranjería y capilaridad, acabe favoreciendo la instauración de la democracia, no hay más que volver la vista a Rusia y China. O a España y sus suecas de Torremolinos. El canto de un duro.

Por lo demás, no deja de ser enternecedor que cierta prensa europea celebre el fin del inmovilismo de Washington, así, con estas palabras, pasando por alto la evidencia de que no hay nada más inmóvil que una buena dictadura. No es el único malentendido que, en esta hora del siglo, proyecta el posibilismo de Obama. En la escena final de Los intocables de Eliot Ness, luego de que Al Capone resulte condenado, un reportero pregunta al protagonista: "Señor Ness, ¿qué hará si se levanta la prohibición?". A lo que éste contesta: "¡Tomarme un trago!". Una respuesta tan conmovedora como farisaica, pues, como es fama, la Ley Seca no impidió que los americanos se dieran a la bebida (¡al contrario!). Algo semejante sucede en Cuba con el embargo, cuyas fisuras, tan incontables como grotescas, han propiciado la circulación, no necesariamente bajo cuerda, de toda clase de mercancías supuestamente inasequibles. A la derogación del mal llamado bloqueo, en suma, nadie que no sea un hipócrita osará exclamar "¡Tomarme un trago!". Y como bien apunta Raúl Rivero en El Mundo, que se sepa, "las vacas, los plátanos, la yuca, el arroz y la malanga nunca se exportaron a Cuba desde Virginia o Baltimore".

Aunque para hipócritas, todos los progres españoles que, al grito de "¡La Transición fue una estafa!", siguen emperrados en procesar a Franco, desenterrar a los muertos y deshonrar a los vivos. Y que esta misma tarde se congratulaban del probable advenimiento de un periodo de paz y prosperidad para los cubanos. Esos cubanos, remataban, que llevan 54 años viviendo bajo el bloqueo, que siempre es más amable que vivir bajo una dictadura.

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