Pocas palabras hacen falta ante las imágenes que nos brindan éste y otros diarios para describir el entusiasmo que ha imperado esta tarde en Barcelona durante la conmemoración del Gran Martirio. ¡Qué grandiosidad, qué vistosidad, qué colorido el del mosaico que ha tributado nuestra ciudad a los hombres que en 1714 dieron su vida por Cataluña! Y, sobre todo, ¡cuán alegre y sincero ha sido el ánimo de la inmensa muchedumbre que, sin más munición que su fervor ni más pertrecho que su bandera, ha atestado las calles para formar esa V de Virtud, de Valentía, de Victoria... Esa V ante la cual la sedicente "Europa civilizada" (¡ja!) tendrá que postrarse de una vez y para siempre.
A primera hora de la tarde, cuando nuestro equipo informativo comenzaba a desarrollar su cometido, se percibía ya en la ciudad un movimiento enorme de multitudes que se encaminaban hacia la Diagonal, hacia la Gran Vía, hacia la plaza de las Glorias. Gentes sencillas y llanas que forman la sustancia de la Nación, que no atienden a razones abstractas para pronunciarse y que cuando lo hacen es porque les sale del alma. Multitudes compuestas por familias normales y corrientes, con sus niños, con su porte festivo y jubiloso, que acudían a la llamada de la Patria por la simple razón de que les apetecía hacerlo. Y que no vacilaron en permanecer apiñadas horas y horas en espera del instante en que pudieron hacer grito el corazón y ofrecerlo en homenaje a los Mártires. Y todas, huelga subrayarlo, no andaban uniformadas de color alguno ni obedecían a consignas ni presiones, sino al solo imperativo del Patriotismo.
Si evocamos otras conmemoraciones del Gran Martirio, podríamos acaso contraponer esta efusión cariñosa y profunda de sentimientos íntimos, al talante, acaso más político, que tuvieron antaño los clamores de nuestras multitudes. Corrían años en que Cataluña estaba cercada por un mundo hostil, amenazada por presiones e insidias malévolas y el pueblo barcelonés, como el del país entero, encendido en justa indignación, se arracimaba en torno de su bandera insistiendo en los mismos vítores y en las mismas declaraciones de adhesión patriótica.
Sin que se haya perdido un ápice de aquel fermento, hemos observado esta tarde en los movimientos de los cientos de millares de ciudadanos que ovacionaban emocionados el recuerdo de los Mártires un compromiso más individual y personal, como más de corazón. Mirando sus rostros transportados, escuchando sus aclamaciones, adivinábamos que cada uno de ellos ofrendaba un testimonio de adhesión a la Patria. Una adhesión, en efecto, inspirada por la convicción de que en esta Cataluña nuestra no faltan ni han de faltar la paz y el trabajo.
Banderas de los colores nacionales, colgaduras, reposteros, gallardetes y otros elementos de ornamentación, llenaban las avenidas en expresión elocuente de contento y alegría. Los edificios de los centros oficiales lucían las mejores galas, y lo mismo se advertía en balcones y ventanas, así como en los vehículos de los transportes públicos.
Durante la mañana y primeras horas de la tarde, utilizando servicios extraordinarios de trenes, autobuses y camiones, habían ido llegando a Barcelona numerosas expediciones de toda Cataluña para sumarse a los habitantes de la capital en el tributo que más tarde se ha dedicado, a lo largo de un trecho urbano repleto de emocionadas escenas, a los Mártires del XVIII. Con sus vítores, perceptibles en todos los tramos del mosaico, las comarcas y pueblos de Cataluña han llenado la capital de un crisol de acentos de sincera gratitud y alegría desbordada.
Sólo al final, al izarse la bandera en el mástil de la Plaza, se ha hecho el silencio. Un silencio emocionante, solemne, conmovedor; un silencio que sólo se ha roto cuando el Orfeón Nacional ha entonado los primeros compases del Himno y el Pueblo, con el alma a flor de piel y la voz entrecortada de puro estremecimiento, lo ha secundado hasta el final. A esa hora el crepúsculo bañaba Barcelona, ennobleciendo aún más a los centenares de miles de catalanes que hoy han proclamado en voz alta y clara qué.