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José María Albert de Paco

Un dedo contra el cielo

El otro día, ante el consulado de Francia en Barcelona, se volvió a demostrar que Cataluña no es una nación sino un simulacro.

Supe por Twitter que unas cincuenta personas se habían concentrado frente al consulado de Francia en Barcelona, junto a plaza Cataluña, para mostrar su repudia contra el atentado a Charlie Hebdo y solidarizarse con las víctimas. De camino hacia allí, no dejé de pensar en la circunstancia de que los dibujantes de Charlie Hebdo, los Cabu, Charb,Wolinski, Tignous, Riss..., se hallaran en la redacción de la revista. En verdad, me sorprendió gratamente que existiera una redacción; una redacción con su recepcionista, su Nespresso, su extintor, su sala de reuniones; que todo aquel talento, en fin, tuviera un acomodo. (Ah, mas la literalidad, en su más horrísona acepción, me salió al encuentro: un lugar, en efecto, donde caerse muerto). Imbuido de la certidumbre de que las revistas (¡ya no digamos las satíricas!) se elaboran desde casa, la vislumbre de una oficina enmoquetada alentó en mí la esperanza de que tal vez la prensa no estuviera herida de muerte. Mi cábala, no obstante, acabó sepultada por el presagio de que, en un futuro no muy lejano, sería imposible asaltar una revista por la inexistencia de razones sociales para hacerlo (por otro lado, quién querría atentar contra periódicos que se escriben en pijama). Me pregunté, asimismo, por la traducción al español del atentado. La posibilidad de que dos encapuchados tomaran El Mundo y acribillaran a Gallego, a Rey, a Idígoras, a Pachi, a Guillermo; o que tomaran El País y acribillaran al Roto, a Forges, a Peridis, a Erlich. En ello iba pensando cuando llegué a Ronda Universidad 22 y me mezclé con los ciudadanos que allí se congregaban. A esa hora, las ocho menos cuarto, debíamos de ser unos quinientos, y ocupábamos, además de la acera, uno de los carriles de la calzada. Enseguida distinguí a Joaquim Aubert, Kim, el autor de Martínez el Facha, sátira compasiva del ultra de a pie por donde desfilaban secundarios como el Sr. Morales, fascista de ocasión, o el padre Bocquerini, flácido videlista que purga el exilio de su Argentina natal en una España cada vez más roja y cada vez más rota, y en quien siempre vi, por su infatigable afición a la buena mesa, un trasunto del Agustín González de La escopeta nacional. Cuán despreciables eran y cuánto los quisimos: no en vano la sátira, a diferencia de la fetua, jamás incita al odio. También reconocí a Miguel Gallardo, padre, junto a Juanito Mediavilla (y con el permiso de Felipe Borrallo), de Makoki, epítome del cómic de línea chunga. Gallardo y Kim compartían corrillo con gentes del gremio, o eso deduje, a la vista de la familiaridad con que se trataban. Absorto en el grupo, a punto estuve de pisar el Charlie que, enmarcado por unas pocas velas, alguien había desplegado sobre el asfalto, a modo de altarcillo, y en torno al cual el silencio parecía tornarse más espeso. Atravesé la nube de concentrados por si veía a algún conocido y reparé en que la gran mayoría de los individuos con quienes me iba rozando eran franceses, o cuando menos se lamentaban, gimoteaban y maldecían en francés. Por la mañana habían atentado contra unos dibujantes franceses y en el consulado de mi ciudad había dibujantes y franceses, bien sûr que oui! Como sucede con ciertos abismos, hay lógicas a las que no conviene asomarse. Tampoco había políticos, salvo el alcaldable por el PSC, Jaume Collboni, y, según supe después, el primer secretario de ICV, Joan Herrera. Nadie más. Ni el alcalde Trias ni el presidente Mas ni ninguna otra autoridad. Mientras tanto, en Madrid, habían acudido a la embajada José Luis Rodríguez Zapatero, Alfonso Alonso, Pedro Sánchez, Tomás Gómez, Carme Chacón, Antonio Miguel Carmona, Rosa Díez, Carlos Martínez Gorriarán, Irene Lozano, Cayo Lara, Ángeles Pedraza, Cayetana Álvarez de Toledo... Lo que va de una nación a un simulacro. Al punto, Gallardo alzó su lápiz contra el cielo de Barcelona y gritó: "¡Dibujantes!". Yo no llevaba lápiz ni nada que se le pareciera, pero al ver a un chaval levantar el índice me sumé a la proclama de ese mismo modo (algo retraído, al principio, por si se nos confundía con futbolistas en el trance de celebrar un gol). "Con lo mal que yo dibujo y el poco francés que sé", me iba repitiendo, el dedo enhiesto señalando a nadie. El regreso a casa se me hizo fatigoso. Cargaba con estas palabras de Jiménez Losantos, que pesaban lo suyo:

En aquella lúgubre manifestación nocturna del 24-F, cuyo grueso lo formaban los obreros de la inmigración agrupados en las centrales sindicales de izquierdas, se llegó, llegamos, hasta la sede del Parlamento de Cataluña. Y el presidente, Heribert Barrera, líder entonces de ERC y predecesor de Colom y Carod, se negó a abrir el Parlamento para recibir a los manifestantes. Lo del golpe de Estado era cosa de españoles. Y la democracia, también.

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