"Suspenso general" es el sintagma con que la mayoría de los editoriales vienen saldando la legislatura más corta de la democracia, achacando el fracaso de la misma a la inveterada incuria de una clase política que, una vez más, se habría revelado incapaz de asumir el mandato de diálogo que el 20-D salió de las urnas. Todo es falso, empezando por el mandato, por el que habría de inferirse no sólo que el conjunto de los electores razona como una sola inteligencia, sino también la posibilidad de que esa inteligencia madure soluciones aviesamente complejas. En todo caso, la única lectura, digamos, sociológica que se desprende de aquellos resultados refiere la frivolidad de una parte del electorado, diríase que ávido de emociones más fuertes que las que proporciona nuestra democracia.
Así, la dicotomía pueblo sabio-políticos incompetentes, tan del gusto del evolismo rampante, se ha instalado como explicación cenital del fracaso de las negociaciones, según un reparto igualitario de la responsabilidad que equivale a su disolución misma. Semejante conclusión omite el hecho de que en la raíz de la discordia se halla uno de los principales males de la política española, si no el principal, cual es el sectarismo de la izquierda y más precisamente del PSOE, la única izquierda de la que cabe decepcionarse. La orgullosa negativa de Pedro Sánchez al PP, al que condenó a una suerte de destierro ejemplar, fue el desencadenante de una ópera bufa cuyo último acto, en que los muñidores llamaban "acuerdo", y nada menos que del Prado, a lo que estaba por acordar, dio una idea de en qué manos habría caído el Gobierno si el PSOE hubiera consumado su ligereza. Las razones del veto a la derecha, por cierto, se aprecian con inusitada nitidez en la idea de España que el cantautor Joan Manuel Serrat, ilustre socialista, expuso el pasado sábado en El Mundo: "Paradójicamente es la Guardia Civil y los jueces los que están proporcionándonos algún resquicio de confianza a los ciudadanos".
A la confusión ha contribuido Ciudadanos, que pasó de vértice del entendimiento a repartir adhesivos de "Rajoy rajao" a la hora del patio, que ahora, tras la disculpa de Sánchez por su "indecente", ha quedado definitivamente en evidencia. Confiemos, de cualquier modo, en que la austeridad que anuncian para la inminente campaña no sea tanta como para que no digan si, llegado el momento, prestarán su apoyo al candidato del PP. Porque, dados sus 40-42 diputados, ése ha de ser el primer punto del programa.