El periodista Luis Rodríguez Aizpeolea, sumo sacerdote del posterrorismo, confesaba el lunes en El País al exetarra José Luis Urrusolo Sistiaga, al que calificaba de "pionero en la reflexión autocrítica". Por decirlo con la prosa del novísimo Ayuntamiento de Madrid, hay que tener los huevos muy grandes. La entrevista sólo habría tenido algún sentido (y eso, siendo muy generosos) si Aizpeolea interrogara a Urrusolo acerca de su antigua pulsión criminal, y lo hiciera, además, en nombre de la comunidad en la que el exconvicto pretende reinsertarse. En tal caso, las preguntas deberían haber sido de índole fisiológica, algo así como un check point diagnóstico que llevara algo de sosiego al vecindario. "¿Acredita usted que puede mantener una discusión política sin asesinar a su adversario?", "¿Está siguiendo algún tratamiento?", “¿Se medica?”, “¿Tiene pensamientos suicidas?”. Ese tipo de cuestiones, en fin.
Pero no. Lo que leemos es una conversación en la que nada distingue a Urrusolo de un aplicado politólogo consagrado al estudio del terrorismo, bien es cierto que desde muy adentro. La farsa se revela en toda su crudeza en la primera pregunta: "Entró en ETA en 1977. ¿Cómo es explica si ya había muerto Franco?". Porque en caso de que hubiera un interés real, objetivo, por parte del periodista, a la respuesta de Urrusolo ("El poso de la Guerra Civil, los fusilamientos de Txiki y Otaegi, la represión, muertos en las manifestaciones, unas instituciones que sentíamos lejanas"), esa vacua retahíla, en fin, habría exigido una repregunta, algo como: "Perdone, pero a Txiki y Otaegi no los fusiló la democracia, sino el franquismo, y ganar la Guerra Civil cuarenta años después, aunque no imposible, sí parecía altamente improbable". El cuestionario Aizpeolea, en cambio, no se detiene en bagatelas: en la entradilla se ha descrito a Urrusolo como un pionero de la reflexión y, al igual que en el chiste del leñador que opta a un puesto de ebanista, hay que seguir talando el tronco hasta que el pionero salga.
Resulta difícil quedarse con una sola frase, aunque mi favorita es la que sigue a la mención de Miguel Ángel Blanco: "Todas las contradicciones que vivía con ETA se me desbocaron". Mas insisto: la infamia no reside tanto en las respuestas cuanto en las preguntas. Ésta, por ejemplo: "¿Cómo ve a la izquierda abertzale?". Por la que un asesino múltiple con 16 cadáveres a las espaldas va cobrando estatus de tertuliano.