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José María Albert de Paco

Laporta ya no quiere ser Mas

Siendo su principal ambición ocupar el despacho de Artur, descubre que éste no tiene más horizonte moral que ser confundido con un presidente del Barça.

Siendo su principal ambición ocupar el despacho de Artur, descubre que éste no tiene más horizonte moral que ser confundido con un presidente del Barça.

Si algo no se puede negar al abogado Laporta es que es un hombre de su tiempo. Como es sabido, mientras ocupaba el cargo de presidente del Barça se entregó al devaneo nacionalista, amagando día tras día con la posibilidad de dar el salto a la política. El Barça era, en su indisimulado afán de ascenso social, una mera estación de paso, una suerte de mili donde irse fogueando con vistas al destino fetén: la plaza de San Jaime. A nadie extrañó que Laporta no se identificara a las claras con ninguno de los partidos del arco parlamentario catalán, o lo que es lo mismo: que pudiera aterrizar en CiU con la misma suavidad con que lo haría en, pongamos, ERC. Después de todo, su indiferencia respecto a la adscripción partidista es un rasgo capitular de los políticos catalanes, más pendientes del exabrupto tribalista que de gestionar la complejidad.

En aquellos días, una foto con Laporta valía su peso en oro. Bien lo saben Mas y Montilla, que, por este orden, posaron en el village del Trofeo Conde de Godó con el candidato in pectore. A qué, poco importaba; convenía estar a bien con el Kennedy catalán, como se le llamó sin rebozo, pues el futuro del país pasaba por su carisma, el mismo que pereció por aplastamiento en alguno de los pliegues de la andorga. Paradójicamente, cuanto más se arrimaba Laporta al poder político, más tendía a diluirse la hegemonía del FC Barcelona en el concierto institucional.

Ahora, tras su paso por el Parlamento autonómico, y cuando aún faltan dos años para que venza su mandato como concejal, Laporta acaba de anunciar su candidatura a la presidencia del Barça. Más allá de su nula influencia en el debate público, de sus escasas dotes para la oratoria parlamentaria o, a qué engañarnos, de la aversión que debe de sentir a los plenos municipales, su intención de regresar al fútbol tiene más que ver con la futilidad de la política en Cataluña. A Laporta le ha ocurrido lo que a esos montañeros que, una vez en la cima, advierten perplejos que lo único que les aguarda ahí arriba es un libro apolillado donde estampar la firma. Nuestro mirlo blanco, en fin, ha descubierto que, siendo su principal ambición ocupar el despacho de Artur Mas, éste no tiene más horizonte moral que ser confundido con un presidente del Barça.

Más le habría valido a Laporta seguir las enseñanzas de José Luis Núñez. No ya por aquello de que la ciudad de Barcelona debía su nombre al club (lo que, a la luz de lo sucedido con el monumento a Colón, ha cobrado un sesgo penosamente verosímil), sino por su declaración, precursora donde las haya, de que en Cataluña no había nada más importante que el Barça, que es, como saben, una de las pocas serias de las que se puede ser en este mundo.

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