A diferencia de lo que sucedió en diciembre, los presidenciables de C's y Podemos no abundaron anoche en el binomio vieja/nueva política, que pareció relegado en favor del eje derecha/izquierda. Los casi 6 meses transcurridos desde el 20-D han desbaratado el compadreo entre naranjas y morados a cuenta de su carácter novedoso, en lo que se ha llamado el espíritu del tío Cuco, y que no fue más que un fulgor adanista. En el caso de Podemos, el envejecimiento ha corrido parejo a la gestión de los ayuntamientos que gobierna, que va de lo extravagante a lo calamitoso. Como en El retrato de Dorian Gray, con cada desaguisado le ha salido una arruga, si bien la definitiva ha venido de la mano de su alianza con Izquierda Unida.
Así, la habitual andanada de Iglesias contra la dependencia de los partidos respecto a los bancos quedó como lo que siempre ha sido, una tarascada demagógica, cuando Rivera le recordó, en una suerte de multimención cuya técnica depuró en el Parlamento catalán, que el partido de Garzón debía 11 millones de euros. En un sentido general, las palabras de Rivera prefiguraron la posibilidad de que, con la absorción de IU, Podemos haya sellado su techo electoral. De hecho, la renuencia de Errejón al pacto obedecía precisamente a la posibilidad de que la querencia ideológica de IU (que en algunos dirigentes raya en el fetichismo) frustrara la hipótesis populista: con los comunistas embarcados en el proyecto, en efecto, y por muchas sonrisas que le echen, no va a ser fácil captar nuevos votantes.
Con todo, Rivera no estrechó el cerco a Iglesias como éste habría merecido, pues apenas abordó la cuestión catalana, que es, no conviene olvidarlo, el gran asunto español de nuestro tiempo. Otro tema del que convendría haber hablado, siquiera por higiene democrática, son las agresiones, verbales y de toda índole, que vienen sufriendo los militantes de Ciudadanos y del Partido Popular.
Por lo demás, la peor de las noticias que deja el talk show (alguien debería explicarle a Sánchez que utilizar la misma munición –tipo "el hombre previsible" y "un presidente en B"– que se ha utilizado en los mítines provoca vergüenza ajena) es la inconcreción del pacto constitucional, obstinados como siguen Sánchez y Rivera en impugnar la candidatura de Rajoy, en un pulso que empieza a ser estrictamente personal, si es que alguna vez fue político.