La mentira y sus versiones posmodernas, ya se trate de fake news, bulos tuiteros o agregadores de histeria, son la levadura de la insurrección. Ada Colau denunció ayer en RAC1 "varias" agresiones sexuales por parte de policías nacionales, lo que equivale a trazar un tenue paralelismo entre los sucesos de Barcelona y las violaciones colectivas en Bosnia durante la guerra de Yugoslavia. La población civil indefensa y el ansia depredadora del invasor.
Es sabido que los tiempos convulsos son propicios a toda clase de adventistas, y Colau, que llegó a la alcaldía exprimiendo el relato de una ciudad sumida en la indigencia, es una profesional del ramo. Con todo, y dada la gravedad de la acusación, me asomé a la noticia, donde refulgía el caso de Marta Torrecillas, miss capsulitis, que había denunciado, además de que le habían roto (uno a uno) todos los dedos de una mano ignota, haber sido víctima de un magreo. "Al tiempo", seguía el texto, "[Colau] ha apuntado que 'se han hecho desperfectos enormes que aún no sé qué objetivo perseguían'". Cualquier mujer agredida que se supiera en pie de igualdad con un cristal roto habría de pedir explicaciones a Colau, pero a esta hora de la tarde aún no se ha dado el caso.
Ni que decir tiene que la alcaldesa no está sola en su cruzada. Cataluña, que ya ha fabricado todos los independentistas que hacían falta, se ha centrado ahora en la fabricación intensiva de patrañas. Así, en apenas dos días hemos sabido de la existencia de 893 heridos, de individuos ensangrentados en la guerra del 14, de una manifestante del 11 de septiembre chileno teletransportada al Ensanche, de un adolescente aporreado en 2013 que sigue luciendo bozo... Quienes segregan estas imágenes no sólo son frikis tipo lagarder, sino también altos responsables políticos, por mucho que no haya forma humana de distinguirlos: empiezan a parecerse unos a otros como Barcelona al ocaso que describiera Colau.