Uno de los tópicos más estomagantes de los años del oasis era el que saludaba la presunta estabilidad de la política catalana, desde entonces una de las más susceptibles a la irrupción de formaciones de nuevo cuño, lo que casi siempre equivale a populistas o pintorescas. Valgan los casos de Plataforma por Cataluña, el primer partido español abiertamente xenófobo en obtener representación municipal, el SI de Joan Laporta, que desmintió a quienes se ufanaban de que en Cataluña sería impensable un Gil y Gil, o la Candidatura d'Unitat Popular, reserva chavista de Occidente. ¿Y Ciutadans? Sin ser excepcional en cuanto a lo pintoresco (de lo que dio cumplida fe la alianza con Libertas), su patrón es distinto. No en vano, mientras que PxC y, sobre todo, SI y la CUP son exacerbaciones del magma nosaltres, el partido de Albert Rivera vino a plasmar el descontento de una parte de los votantes del PSC con la deriva maragallista.
Precisamente la contumacia en las tesis catalanistas ha abierto una brecha entre el PSC y el PSOE, cuyos dirigentes parecen plantearse seriamente la posibilidad de romper amarras (contrariamente a lo que se dice, es el PSOE, y no el PSC, quien se liberaría de un yugo: el que supone la adhesión a los principios fundamentales de eso que Boadella llama la Cosa). En este sentido, la inacción no sólo lo dejaría bajo mínimos en Cataluña, donde no parece que Pere Navarro haya de darle la vuelta a los resultados, sino que podría interpretarse en el resto de las comunidades como la renuncia definitiva a un proyecto político netamente español.
Hace pocas fechas, el diputado autónomico del PPC Rafael Luna dijo en el Parlament, a cuenta de un debate sobre política ocupacional, que entre la diputada de C's Inés Arrimadas y Alfredo Pérez Rubalcaba apenas había diferencias. Las hay, desde luego, pero resultó llamativo que ningún socialista refutara la comparación, máxime teniendo en cuenta que el PSC ha porfiado, tanto como sus adversarios naturales, en el empeño de execrar a C's. La anécdota evidencia, una vez más, hasta qué punto el PSC percibe al PSOE como una otredad.
En cierto modo, la destemplada observación de Luna ponía de manifiesto el cambio de decorado acaecido en Cataluña. Tanto es así que, muy probablemente, una hipotética refundación del PSOE en esta comunidad difícilmente podría obviar, so pena de extinción, a los centenares de miles de votantes de C's. Ni que decir tiene que la alianza PSOE-C's es casi inverosímil; entre otras razones, porque el partido de Rivera va más allá de la obediencia sectaria al credo socialdemócrata, porque uno de sus mandatos constituyentes fue el ennoblecimiento de la política y porque sería impensable que C's plagiara el programa del PSOE. Confío, empero, en que lo sea algo más que la posibilidad de que aparezca un Gil y Gil en Cataluña.