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José Manuel Puertas

Una tilde que marcó el camino

Fernando Martín no era cualquiera para sus compatriotas. Era un referente, un innovador, un valiente. Alguien que marcó el camino de todo un país.

Fernando Martín no era cualquiera para sus compatriotas. Era un referente, un innovador, un valiente. Alguien que marcó el camino de todo un país.

Quienes conocieron a Fernando Martín hablan de una arrolladora personalidad fuera de la pista, fiel reflejo de lo que veíamos en las canchas cuando no se achantaba ante nada ni ante nadie con tal de coger ese rebote por el que se peleaba ante su rival en cada posesión. Capaz de cabrearse sobremanera con Drazen Petrovic el día que éste anotara 62 puntos en la final de la Recopa del 89 en Atenas ante el Snaidero Caserta de Óscar Schmidt Becerra. Eran otros tiempos para el baloncesto, cuando una final europea se decidía por 117-113, algo imposible hoy. Ese día, los gestos durante el partido del pívot del Real Madrid hacia el Genio de Sibenik dejaron claro el mosqueo de Martín por la actuación, estelar por otro lado, del croata, y determinante para la victoria madrileña. Una situación que, de haber sido al contrario, nos habría tocado la fibra sensible a los españoles.

Pero Fernando Martín no era cualquiera para sus compatriotas. Era un referente, un innovador, un valiente. Alguien que marcó el camino de todo un país durante la transición. Alguien en quien verse reflejado. Porque, sencillamente, no admitió nunca tener límites ni complejo alguno. Porque se atrevió a marcharse a la NBA cuando todavía esa era una liga llena de marcianos para nosotros. Y allí se plantó, y dejo claro que su apellido no era "Martin", y obligó a poner la tilde en su camiseta. Porque allí estaba Fernando "Martín". No para disfrutar de estar allí, sino para ganarse un puesto y jugar. Y por eso, quizá frustrado, volvió a casa cuando Mike Schuler, el entrenador de los Trail Blazers de la época, no le dio la más mínima oportunidad de jugar. También para eso eran otros tiempos, en los que un europeo no tenía casi ninguna opción de hacerse un hueco en la rotación de un equipo NBA.

Fue un jugador avanzado a su tiempo. Alguien que no podía dejarte indiferente, y que te llenaba de sensaciones en cada acción que le veías. Aunque no fuera el más dotado técnicamente. Sencillamente, te llenaba. A los espectadores, a los compañeros, y hasta a los rivales. Por eso Audie Norris, su eterno enemigo en las zonas de la ACB, se derrumbó ante su féretro como si se le hubiera ido un hermano. Porque Fernando, Martín por supuesto, era especial. Una de esas personalidades geniales hiciera lo que hiciera. Diferente en todos los aspectos. El James Dean del deporte español. Y la llave que marcó el camino de todo lo que estaba por llegar para el baloncesto en nuestro país. Porque sin Fernando Martín, Pau Gasol no habría sido lo que es, podemos estar seguros de ello. Veinticinco años más tarde, seguimos recordando cada tres de diciembre con la misma devoción su figura, esa por la que todo un país lloró como sólo lo hace por los más grandes. Y sólo nos cabe decirle, una vez más, gracias por todo. Porque fue, sencillamente, el mejor.

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