Aviso al lector que en las siguientes líneas este que escribe no podrá acercarse acaso mínimamente a la objetividad necesaria exigida a un periodista. Recordar en apenas unos párrafos la seguramente inigualable figura de Juan Carlos Navarro me hace tener que hacerlo con el vello de punta y un escalofrío constante recorriéndome el cuerpo desde que he sabido que nunca más volveré a verle en una cancha de baloncesto.
Este 17 de agosto de 2018 dice adiós, por la puerta de atrás, luego hablaremos de ello, el mayor talento baloncestístico que haya dado España jamás. Así de contundente lo afirmo, y acepto en el debate a todo aquel que quiera hablarme de Corbalán, de los Gasol, de Herreros, de Buscató, de Epi o de Villacampa, pero nadie podrá convencerme de que este escuálido personaje ha tenido parangón en el deporte de la canasta en nuestro país. Los hemos tenido muy buenos, buenísimos, y extraordinarios pero creo firmemente que nunca uno como Navarro, el tipo capaz, con ese cuerpo de, dicho con todo el respeto, cartero, maestro de primaria o abogado, mirar a la cara a cualquiera en una cancha. A cualquiera. Y tras verle los ojos, romperle con una finta y dejarlo atrás, o lanzarle una maravillosa `bomba´ por encima, pese a que le sacara 30 centímetros o 40 kilos. Navarro es el ejemplo perfecto del no tener miedo a nada, de enfrentarse a la vida sin miedo, de no ponerse límites a uno mismo. Navarro que no tenía prácticamente nada a priori para ser jugador de baloncesto, sí poseía una cosa, y a borbotones: talento. Y en una cantidad que este servidor nunca ha visto ni parecida en otro compatriota.
Desde que se ha sabido la noticia, las imágenes de su carrera están volviendo al imaginario. Aquellos 35 puntos ante Macedonia en la semifinal del Eurobasket de 2011 son el perfecto reflejo del descaro sobre la pista. Fue quizá aquel el mejor torneo del de San Feliú, con una segunda fase descollante, 26 puntos ante Eslovenia en cuartos, los citados 35 frente a Macedonia y otros 27 más en la final ante una Francia superada por el tipo aparentemente más frágil que había sobre el parqué, paradójicamente el MVP del torneo. Nadie más, espero, volverá a ponerse nunca esa camiseta con el 7 de España. Y asumo que será igual con el 11 del Barcelona, aunque dada la discutible salida del escolta, a uno le da que pensar.
Porque, efectivamente, el Barça, el club de su vida, no podría haber gestionado peor la despedida de la Leyenda. Tras 20 años como azulgrana, con un breve paréntesis en aquella aventura en Memphis, donde también demostró que podía jugar de sobra en la NBA, los azulgranas le firmaron un contrato trampa por diez temporadas hace apenas diez meses... Sin especificar la fecha de su retirada. Apenas un curso después, y pese a la intención de Navarro de seguir jugando ("no me gustaría despedirme así, quiero seguir un año más", dijo rotundo tras la eliminación del Barça ante el Baskonia en la última semifinal ACB), los que le firmaron aquel papel se han quitado la careta. Se demuestra que dicho acuerdo en realidad era una prejubilicación que Navarro no deseaba, y en la que él no tendría la capacidad de decidir la fecha del final, despidiéndose donde realmente se merecía semejante figura: sobre la pista. Ningún partido homenaje podrá ahora paliar semejante ultraje.
Porque es obvio que Navarro llevaba 3 temporadas lejos de ser aquel que volvió loca a la selección de Estados Unidos en las finales olímpicas de Pekín y Londres, pero tanto como ello, lo es que su nombre merecía ser despedido con enorme honores. Por aquellos que le rendían pleitesía, y por aquellos que le cantaban eso de `"¡Navarro vete al teatro!" o le pitaban desde la grada porque, en el fondo, le temían y respetaban como al que más.
Hoy, 17 de agosto de 2018, echa prácticamente el cierre la época más gloriosa del baloncesto español. Aquella a la que le prendieron mecha Navarro y Raúl López en el Mundial Junior de Lisboa en 1999, tumbando a los americanos a base de un descaro y un talento nunca antes visto en España. Una generación que cementarían los Reyes, Cabezas, Calderón, Germán Gabriel o Berni Rodríguez, y a la que Pau Gasol llevaría a cotas inimaginables, pero en la que la irreverencia y el talento tenía un nombre por encima del resto: Juan Carlos Navarro.
Siempre me gustó llamarle `Juan Carlos Navarro, Primero de España´, en obvia alusión monárquica. Y me apena que hoy a nuestro rey le hagan abdicar y marcharse por la puerta atrás, como él no deseaba. Por mi parte, emocionado mientras termino estas líneas, y con ese mismo escalofrío del comienzo aún presente en mi interior, sólo puedo darle las gracias al tipo con más mérito y la mayor leyenda que haya dado el baloncesto español.