Nuevo ciclo de disturbios callejeros. Arden ahora las calles de Burgos porque las autoridades municipales, que supongo serán del PP, han decidido convertir una avenida en bulevar (¡ya ve usted qué canallada, qué infame atentado!). Aunque en el fondo el motivo es lo de menos; puede ir desde lo trascendente a lo trivial, desde lo dramático a lo pintoresco, pasando por lo tragicómico. Como decía un eslogan de anteriores campañas progres de agitprop, "sobran los motivos". Literalmente. Es decir, los motivos nada importan, no son necesarios, sobran. Esa es la cuestión; lo importante es la agitación (conviene que haya tensión, Zapatero dixit). Los motivos son siempre un McGuffin y, a la postre, acaban desentonando en estos tipos. Como la razón.
Ortega lo describió mejor que nadie. Este tipo de hombre reivindica la razón de la sinrazón; no quiere dar razones, sino imponerlas. De ahí que
sus ideas no sean sino apetitos con palabras (…) renuncia a la convivencia de cultura, que es una convivencia bajo normas, y retrocede a una convivencia bárbara (…) va directamente a la imposición de lo que se desea. La civilización no es otra cosa que el ensayo de reducir la fuerza a última ratio. Civilización es, antes que nada, voluntad de convivencia (…) La masa -¿quién lo diría al ver su aspecto compacto y multitudinario?- no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella.
Algo de eso es lo que sucede. Porque, verdaderamente, la cuestión de fondo estriba en que la izquierda patria, los partidos de masas -PSOE e IU-, niegan legitimidad a cualquier gobierno que no sea el de ellos. Los genes totalitarios de IU y PSOE se exacerban cuando gobierna la derecha. No aceptan la ley fundamental de la democracia: la alternancia política, porque en el fondo no son demócratas. Al menos no este PSOE ni, desde luego, los comunistas, aunque enmascaren el nombre. De modo que, en las dos ocasiones en que la derecha ha accedido al poder, IU y PSOE, PSOE e IU han negado legitimidad a los actos legítimos del gobierno legítimo, a las leyes legítimamente aprobadas por un parlamento legítimamente elegido, es decir, han puesto en cuestión las instituciones democráticas, y han llamado a tomar las calles y a imponer su criterio mediante la "acción directa". Desde el primer momento. Con el mayor descaro. Dando la espalda a esa convivencia de cultura, convivencia bajo normas, de la que hablaba Ortega. Vean, si no, las hemerotecas.
Fraga fue un ingenuo cuando dijo aquello de "La calle es mía". La calle es de ellos, de siempre. Sirva de muestra un ejemplo chungo que guarda cierta relación con lo de Burgos: en Sevilla gobernaba el Ayuntamiento desde el año 2003 el PSOE en coalición con IU. En 2010 aprobaron una normativa sobre movilidad urbana, conocida como Plan Centro, que impedía a la ciudadanía, mediante sistemas de control por videovigilancia, el acceso en coche a un sector importante de la ciudad, más extenso que el centro histórico. Durante el año que estuvo vigente se impusieron alrededor de 100.000 multas. Ninguna protesta callejera se produjo por una medida tan restrictiva, intervencionista y punitiva. Tampoco hubo algaradas ni movilizaciones callejeras durante los siete años anteriores contra el ruido, la contaminación y el caos circulatorio con los que dicho plan acabó, según sus autores. Pues bien, toda esa resignación, mansedumbre y tolerancia social terminó cuando el PP, a los dos meses de ganar las elecciones municipales, derogó el plan. Comenzaron las protestas ciudadanas. Según informó Diario de Sevilla,
representantes de 23 entidades ciudadanas se sumaron a la iniciativa y caras muy conocidas entre los asistentes, sobre todo políticos, militantes y ex concejales de Izquierda Unida, Partido Andalucista y del PSOE (…), reclamaron la vuelta de las restricciones de tráfico en el centro por entender que la derogación supondrá más polución y más ruido (…) rechazaron la red de Metro como solución pues hay medidas más humanas [ya lo saben, el metro es inhumano).
Y es que en esto de la agitación y el manejo de turbas son maestros sin parangón. No nos sorprendamos, pues, ¿qué otra cosa podemos esperar de estos bárbaros?