Habló Rajoy y, entre lo que articuló su boca y lo que reveló su silencio, mis dudas quedaron disipadas. Yo no creo que mintiera (¿en qué?, señálese y demuéstrese). Precisamente, para no tener que mentir, calló. Calló en lo fundamental; esto es, negar que cobró "remuneraciones complementarias" del partido siendo ministro. Quien calla, otorga. Al menos en tales circunstancias. Y por eso, debe dimitir. No es aceptable un presidente que incumpla gravemente la ley.
Sabe que es lo único que puede reprochársele; por tanto, lo fundamental. Porque de las otras dos cuestiones en el candelero –la hipotética financiación ilegal del PP y el pago por el partido de sobresueldos a algunos de sus dirigentes– no pueden ni deben pedírsele responsabilidades. De esto último, porque, aunque estéticamente feo, es absolutamente inocuo. Aquí no se trata, como en el caso de la cúpula de UGT-A, de falsificaciones sistemáticas y continuadas de facturas, simulando gastos no producidos, para obtener unos sobresueldos fiscalmente opacos que, por supuesto, no eran declarados a Hacienda (por cierto, Cristóbal, ¿piensas hacer algo al respecto?). O de los sobresueldos que Barrionuevo y Corcuera pagaban con cargo a los fondos reservados, cuando Rubalcaba era ministro portavoz del Gobierno. No, ni mucho menos, ni remotamente.
En cuanto a la hipotética financiación del partido, además de resultar prematuro hablar de ello, habría que recordar los precedentes y actuar en consecuencia, como se hizo en los demás casos, tanto en lo político como en lo judicial. Eso sería lo correcto, pues de otra forma tendríamos razones objetivas para pensar que el Pacto del Tinell tiene plena vigencia, y que de lo que verdaderamente se trata es de impedir, de cualquier modo –de nuevo–, el gobierno legítimo del PP. Y los precedentes (PSOE, PSC, CDC, UDC) lo que demuestran es que las responsabilidades políticas y, en su caso, penales han quedado circunscritas al ámbito de los tesoreros, los gestores económicos y, en su caso, los cohechadores.
Los usos políticos de esto que llamamos democracia española han establecido cierta convención –que no compartimos ni nos gusta– para los casos de financiación ilegal de los partidos; en esta, los secretarios generales son como la infanta Cristina: unos pobres ingenuos que no saben ni se preguntan de qué manera entra el dinero en casa. Ajenos, pues, al asunto.
Presunción que, hasta la fecha, ha sido escrupulosamente respetada por todas las instituciones del Estado y, cómo no, por el Cuarto Poder.
¿Acaso Jordi Pujol, Artur Mas o Duran Lleida han sido acusados por los casos de financiación ilegal de sus partidos? ¿Acaso se les ha exigido comparecer y responder personalmente, en lo político, por ello? ¿Acaso ha celebrado el Parlament sesión extraordinaria para debatirlo?
Y ¿quién no recuerda Filesa? ¿Acaso el secretario general del PSOE, Felipe González, o los del PSC, Raimon Obiols y Narcís Serra, hubieron de responder políticamente? ¿Algún juez los acusó, o siquiera los llamó a declarar; aun siendo, como fue aquella, una trama sin comparación posible con lo que hasta ahora conocemos del caso Bárcenas? ¿Compareció González en el Congreso a dar explicaciones? ¿Las pidió el PSOE? ¿Las pidió Rubalcaba, que vivía, entonces como ahora, per secula seculorum, de la política?
Parece el país hipnotizado. La mirada puesta en la chistera vacía, esperando el fenómeno, mientras la acción transcurre en otra parte. ¿De qué va el asunto? No lo sé; desde la razón no alcanzo a comprender lo que sucede. Mas todo apunta a que la situación irá a peor; el prestidigitador ha colocado hábilmente (mejor decir, ha vilmente colocado) al Gobierno en Zugzwang. Cualquier jugada de Rajoy le perjudicará; salvo, pienso, la de su dimisión. Pero ya sabemos desde Maquiavelo que no es la ética objeto de la política. Rajoy, en su dontancredismo, resistirá impasible y arrastrará consigo el Gobierno del PP; porque necesariamente surge la pregunta: ¿acaso no hay nadie limpio y competente en el PP que pueda tomar las riendas?
Ya lo dijo el poeta: "De todas las historias de la Historia, sin duda la más triste es la de España, porque termina mal". Terminará mal.