Francia es la Civilización y Turquía la Barbarie, también con mayúscula. Hoy, la Civilización está siendo acosada por la Barbarie en medio del más estruendoso de los silencios cobardes, el de esa Unión Europea que, azorada, trata de mirar hacia otro lado mientras docenas de sátrapas islámicos, con Erdogan al frente, instruyen a sus súbditos contra la patria de Voltaire, que también es nuestra propia patria. Porque todos los occidentales somos herederos de los hombres y mujeres que, allá por el siglo XVIII, osaron apelar a su personal capacidad de raciocinio para poner en cuestión cualquier idea, dogma o verdad revelada que se les tratase de imponer desde la autoridad emanada de la fuerza. Otra gente, otros tiempos. La patria de Voltaire, decía, está siendo hostigada, pero no por una minoría marginal de iluminados excéntricos, sino por millones de devotos seguidores del Profeta. Prueba, la enésima, de que lo que en verdad choca con los valores que inspiran nuestras sociedades y nuestra cultura no es el llamado islamismo radical, el que inspira a esos lobos no tan solitarios empeñados en decapitar infieles en cualquier rincón de la muy pecaminosa Europa, sino el propio islam como tal.
A fin de cuentas, el islamismo no es más que un problema policial que, en tanto que problema policial, puede tener solución. El islam, en cambio, no tiene solución ni la tendrá nunca. Y es que mal puede compadecerse con los principios últimos que inspiran las normas de nuestra convivencia civil un sistema estructurado de reglas de conducta, el contenido en el Corán por más señas, que se asienta en el imperativo de imponer una regulación religiosa de la moral pública que, por lo demás, nos repugna. Eso no tiene remedio, a menos que, al modo de algunos de nuestros representantes electos, optásemos en nuestro fuero interno por la rendición; e incondicional, huelga decir. Tan ingenuos en el fondo, los occidentales llevamos un par de siglos persuadidos de que todos los demás nos admiran, de que ansían ser como nosotros, tan ricos, tolerantes y civilizados como nosotros. Pero eso solo es una fantasía. Los bárbaros no quieren ser como nosotros. Al contrario, quieren destruirnos. Y el arma para que lo puedan lograr algún día se la hemos entregado nosotros mismos se llama multiculturalismo. ¡Viva Voltaire! ¡Viva Francia!