De entrada, una concesión al lugar común periodístico. El orden político surgido de la Transición acaba de morir, esta vez sí, hace unas horas. Se ha acabado en España el duopolio. Y acaso para siempre. Al igual que el turnismo de cuando la Restauración, ha cumplido mal que bien su papel histórico a lo largo de siete lustros. Pero como el régimen de Cánovas y Sagasta, también traía la fecha de caducidad impresa en la etiqueta. Y esa fecha era el 20 de diciembre de 2015. Con el cadáver del dictador aún caliente, los franquistas más lúcidos, aquella legión de camisas azules en nómina de de la Secretaría General del Movimiento que se reencarnaría de la noche al día en la columna vertebral de UCD, supieron leer el signo de los nuevos tiempos.
El futuro, como suele, era de los oportunistas. Los nostálgicos, en cambio, se quedaron para dar trabajo a los humoristas de El Jueves con sus chistes de fachas. Y ahora va a ocurrir otro tanto de lo mismo. La derecha inteligente, que haberla hayla, tiene que comprender que su monopolio absoluto sobre la opinión política de la España templada se ha terminado. Y otro tanto cabe decir de la izquierda. Porque ni Podemos va a ser flor de un día, ni Ciudadanos fue el sueño de una noche de verano. Los dos están aquí para quedarse. Les guste o no, es lo que hay. Y lo que va a haber en adelante. Pierdan, pues, toda esperanza todos esos aprendices de brujo de la vieja derecha que aún a estas horas siguen fantaseando con que Rivera está llamado a ser poco más que un apéndice del Partido Popular, otro figurante a su servicio sin mayor margen de autonomía real.
Si bien no ha alcanzado el grado 9 en la escala de Richter como demasiados habían previsto, el terremoto del 20 de diciembre responde en la superficie a un estado de ánimo colectivo, la irritación transversal con una clase política percibida como incapaz de gestionar un marasmo económico que ya va para una década. Pero bajo esa volátil capa exterior remite a bruscos movimientos de placas tectónicas en la base sociológica del sistema político todo. Algo particularmente evidente en el caso del PSOE, cuyas vigas maestras electorales se acaban de partir por la mitad. De los comunistas franceses se decía, y con razón, que no estaban en la izquierda sino en el Este. Y al PSOE le ocurre otro tanto de lo mismo: no es, ya no, el partido de la izquierda, sino el partido del Sur.
¿Con qué clase de clarividencia histórica se puede afirmar que el Partido Socialista resiste cuando más de setenta diputados de la izquierda responden a la disciplina otras siglas distintas? Pues con la lucidez analítica que permite a los mismos predicar que Ciudadanos, un grupo hasta ayer extraparlamentario, ha fracasado por solo obtener cuarenta escaños de una tacada. Lo de Miquel Roca, la célebre operación reformista, recuérdese, con Jordi Pujol, todos los medios materiales del mundo y cientos de millones detrás, no sacó nada de nada, un cero patatero. Pero, al parecer, quien en verdad habría fracasado es Albert Rivera porque únicamente ha conseguido pasar de un folio en blanco a cuarenta escaños con apenas doce meses de presencia activa en la vida política nacional. ¡Ah, los toreros de salón! En otro orden de perplejidades, quien quiera auscultar el futuro que vuelva la vista hacia… Portugal.