En la España de hoy, si alguna lacra colectiva está creciendo aún más deprisa que la maldita prima de riesgo es la deslegitimación de los fundamentos mismos de la democracia parlamentaria. Un acoso a los principios que inspiran el orden constitucional que ya no se restringe a los círculos más o menos marginales de la opinión exaltada y la agitación antisistema. Muy al contrario, el guirigay levantisco del "no nos representan" ha saltado, sin solución de continuidad, de la algarada callejera al discurso de cierto establishment bienpensante. Extraña, inopinada confluencia de forma y fondo entre apocalípticos e integrados.
Por un lado, el despotismo iletrado de la plaza repudiando la premisa de que es a la mayoría a quien compete decidir y gobernar. Por el otro, el despotismo ilustrado de la beautiful académica atacando idéntico postulado desde el aura aséptica y apolítica de la ciencia pura. Tal que así, tres célebres catedráticos acaban de difundir una horrísona proclama en el diario El País incitando a algo que en castellano viejo se llama golpe de Estado. ¿O cómo definir, si no, el público llamamiento de los señores Garicano, Santos y Fernández-Villaverde a fin de promover "un nuevo gobierno, con apoyo de todos los partidos mayoritarios y de nuestros ex presidentes, compuesto por políticos competentes y técnicos intachables con amplios conocimientos de su cartera"?
Ex presidentes dicen, igual andan pensando en Zapatero para sustituir a De Guindos. Sea como fuere, apenas les ha faltado añadir que, en breve, se dirigirá a la tribuna de las Cortes un elefante blanco, tecnócrata por supuesto, al objeto de explicar los pormenores del traspaso de poderes. Pues, según parece, que el Partido Popular acabe de ganar las elecciones generales por mayoría absoluta es asunto baladí, trivial anécdota carente de mayor relevancia. Ese sucedáneo posmoderno del colectivo Almendros titula su pieza "No queremos volver a la España de los 50". Y es que tan doctos caballeros desean retornar directamente a la del siglo XIX. Cuando los yerros del electorado a causa del sufragio universal eran al punto subsanados por el espadón de turno. Que España es el problema y Europa la solución concluye, retórico, el escrito de marras. Eso sí, tras postular una salida a la turca. ¡País!