Vuelve la sopa de letras, aquel abigarrado guirigay de siglas y siglitas, partiditos y partidines que emergieron como las setas cuando el inicio de la Transición. La última cata demoscópica del CIS ha venido a confirmar una tendencia de fondo, a saber, que el bipartidismo español sigue aguantando el chaparrón de la crisis, pero cada vez peor. Y es que una cosa era el bipartidismo corregido que hasta ahora venía definiendo nuestro sistema político y otra bien distinta ese bipartidismo desquiciado que auguran las encuestas. Contra todo pronóstico, PP y PSOE logran resistir en tanto que grandes fuerzas vertebradoras de la opinión, pero a costa de renunciar a cualquier posibilidad racional de mayorías estables. Porque la alternativa que auguran los sondeos al turno pacífico no es Izquierda Unida, UPyD o CiU, sino el caos; simple y llanamente, el caos.
La súbita eclosión de los enanitos en la Carrera de San Jerónimo, una marabunta que podría pasar incluso de los 110 escaños, casi un tercio del Parlamento, no deja entrever ningún otro escenario alternativo. Pese a todo el ruido y la furia ambientales, no se atisba la llegada, es verdad, de algún sucedáneo castizo de Beppe Grillo, un demagogo populista presto a capitalizar la desazón agónica de las clases medias. Pero, en su lugar, la indignación transversal del electorado está actuando como una bomba de fragmentación. Un fuego amigo que, contra lo que ordenaría la intuición, causa muchos más estragos en las líneas de la oposición que en las del Gobierno. Es el gran problema que arrostrará en la próxima década el Partido Socialista.
Porque la definitiva irrupción en escena del Estado del Malestar ha terminado por provocar una gran vía de agua en su base sociológica. Una sangría por el flanco zurdo, el de los nuevos excluidos que ya empiezan a no tener nada que perder. De ahí el inopinado milagro que está sacando del sarcófago de la Historia a la paleo-izquierda jurásica de los Centella y los Cayo Lara. En fin, acaso la aritmética ofrezca alguna posibilidad de concubinato parlamentario entre Rajoy o Rubalcaba y una combinación heteróclita de los diecisiete enanitos. Pero políticamente esas ensaladas menestras se revelarán inviables. El asunto, por lo demás, se antoja simple: o italianización errática de la política española o una gran coalición PP-PSOE, al modo alemán, para salvar los muebles del sistema. Y no hay más.