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José García Domínguez

Podemos y el PP son aliados

En España, el Estado del Bienestar tiene un pequeño adversario y dos grandes enemigos: estos últimos son Podemos y el PP.

En España, el Estado del Bienestar tiene un pequeño adversario y dos grandes enemigos. El pequeño adversario son esos empresarios y profesionales que simplemente no quieren pagar impuestos. Pero los enemigos de verdad, los genuinos y peligrosos, se llaman Partido Popular y Podemos. Los pequeños adversarios forman parte del paisaje y carecen de importancia; aunque algo ruidosos, resultan inofensivos. Los dos grandes enemigos, en cambio, han unido sus fuerzas, que son muchas, para acabar con el sistema. Y si se les deja vía libre ahora lo harán. Nadie lo dude. Por eso, el nuevo Gobierno de la Nación debiera mantener cuanto más lejos del BOE mejor a ese par de dinamiteros vocacionales. Aunque por razones opuestas, tanto el Partido Popular como Podemos encarnan hoy la amenaza más grave que hipoteca la viabilidad del modelo socioeconómico que debe llevarnos a la confluencia con la Europa próspera del norte. En política ocurre lo mismo que en ciertas reacciones químicas: elementos inocuos y carentes de todo peligro mientras se mantengan separados pueden provocar una gran explosión catastrófica en el instante mismo de entrar en contacto por simple azar. Así los de Iglesias y Rajoy.

Nuestros conservadores, siempre tan fascinados ante cualquier cosa que venga de Estados Unidos, pregonan de boquilla su afán por emular la muy contrastada eficiencia de la economía norteamericana, sus modos y maneras de hacer las cosas. Pero a la hora de la verdad, ¿dónde esté el Silicon Valley español? ¿Alguien lo ha visto? Porque si algo caracteriza a la tan admirada (y desconocida) economía yanqui es la decidida política industrial del Estado a fin de fomentar la innovación tecnológica. Un intervencionismo ubicuo y permanente, el de la Administración, sin el que serían inimaginables empresas punteras como Apple y tantas otras. Bien al contrario, el Partido Popular se ha esforzado aquí durante los últimos cuatro años en el empeño de hundir aún más la productividad de España. El gran objetivo, según parece, era convertirnos en un país low cost de camareros de de playa y turismo de alpargata. ¿Qué otra cosa perseguía en el fondo la reforma laboral más que fabricar miles de empleos baratos, los típicos de un país barato de esos que tanto abundan fuera de Occidente? Empleos baratos que solo servirán para dar la puntilla definitiva al Estado del Bienestar.

Porque un país, como la España del PP, que únicamente base su competitividad en los sueldos bajos no puede permitirse un Estado del Bienestar digno de tal nombre. La sanidad buena es cara, muy cara. Y la educación buena también es cara, muy cara. Y con salarios de tercera no se pueden sostener servicios públicos de primera. Así de simple. Por tanto, o nos deshacemos del proyecto del Partido Popular o nos tendremos que deshacer del Estado del Bienestar. Pero es que los de Podemos andan en lo mismo. Por otra vía, sí, pero en lo mismo. El discurso buenista de la izquierda utópica, ese que encuentra su expresión más destilada en la consigna "Papeles para todos", constituye en realidad la otra cara de la moneda trucada que manejan Rajoy y los suyos. En un mercado laboral poco cualificado y sin barreras de entrada, el mantra "Papeles para todos" no es más que un sinónimo de "Sueldos de miseria para todos". Por lo demás, tampoco resulta factible un Estado del Bienestar para todos con la quimera de los papeles para todos. No es posible. Punto. Un proyecto reformista para España, pues, debe congregar en torno a la mesa del Consejo de Ministros a otras fuerzas políticas, las conscientes de que la primera tarea del país, la más urgente, es romper con ese bucle de mediocridad. Y haberlas haylas.

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