Los Debates sobre el Estado de la Nación tienen un guión casi tan previsible como las películas de Santiago Segura. Al rutinario modo, la oposición vende el Apocalipsis a granel, mercancía muy del gusto de la tropa en estos tiempos de ira; por su parte, el Ejecutivo, a falta de nada mejor, trata de aferrarse como gato panza arriba a algún arcano indicador que parezca augurar el fin del chaparrón; un déjà vu.
En el de este año, Rubalcaba, que aunque es de ciencias no ha leído a Wittgenstein -"De lo que no se puede hablar, más vale no decir nada"-, volverá a aburrirnos con la monserga federalista, el bálsamo milagroso para resolver la querella catalana; momento procesal en el que saldrá a relucir la manida reforma del Senado. Como los pedos de Torrente en la siempre sutil filmografía de Segura, la reforma del Senado constituye un clásico ya inexcusable en la retórica huera del PSOE a cuenta del secesionismo. Lo de siempre, pues: nada con sifón.
A su vez, Rajoy insistirá en tratar de vender otra mercancía tarada, la austeridad. Aunque si Beatriz Talegón y algún ilustre tonto de CiU se pudieron tragar la comedia de Jordi Évole con el 23-F, ¿por qué no va a colar también el cuento de la austeridad entre la audiencia? La reducción del déficit público, se nos dirá por enésima vez, ha provocado dos efectos balsámicos, a saber, el alivio cierto de la prima de riesgo y el superávit de la balanza comercial; pese a que la mejora de la primera más tiene que ver con la decisión de Draghi de impedir que el euro se suicidase a lo bonzo, y que la segunda no refleja cosa distinta que nuestro definitivo empobrecimiento como país, la triste incapacidad de la gente para comprar productos extranjeros. Porque ni ha cambiado la tendencia, ni estamos saliendo del pozo ni los sacrosantos recortes han demostrado ser algo distinto a un sacrificio inútil.
Así las cosas, todo lo que Rajoy podrá exhibir como resultado de su política, el raquítico 1,22 % de reducción del desempleo, para nada obedece a la austeridad. Dos terceras partes de esa disminución, es sabido, proceden del inopinado aumento del número de turistas en 2013; el otro tercio, también es sabido, se explica por los jóvenes que han decidido emigrar; de ahí la flagrante contradicción entre los datos de empleo y los de afiliación a la Seguridad Social. La austeridad solo nos ha traído miseria; y solo miseria nos seguirá trayendo en el futuro. Ese mantra, el del presupuesto equilibrado en época de recesión, resulta camelo que goza de tan gran predicamento popular porque apela a una fibra sentimental conmovedora: el recuerdo de los sermones de las abuelitas ante el brasero; funciona entre el público por lo mismo que funciona la publicidad de turrones El Almendro llegado el mes de diciembre. Pero las entrañables abuelitas ahorradoras no saben de macroeconomía. E ignoran que la doctrina de la austeridad encierra una falacia de composición: conductas individualmente virtuosas pueden devenir catastróficas si las imita el conjunto. Como aquí y ahora sucede. Corolario: lo peor no ha pasado aún, lo peor todavía está por llegar.