Socialismo y libertad, aquel viejo sueño de la razón ilustrada, resultaron ser incompatibles, un oxímoron que dejaría sembradas de cadáveres las cunetas del siglo XX. El padre del liberalismo trágico, Isaiah Berlin, acaso el pensador político más sutil que haya producido nuestra época, fue el primero en comprender que los dos ideales más bellos de la Revolución Francesa resultaban antitéticos entre sí. Se puede proclamar la libertad o la igualdad, pero no ambas a la vez. De ahí la impotencia última de la política, lo fatalmente irresoluble del eterno conflicto humano. Aquella quimera, el maridaje imposible entre socialismo y dignidad individual, no solo produjo monstruos al modo de Stalin o Mao. Con el tiempo también acabaría generando esperpentos más o menos grotescos, como Maduro o el pajarito Chávez.
Aunque quizá sea mucho suponer que el chavismo, más allá de las boinas rojas y la ya rancia estética guevarista, tenga algún parentesco con el pensamiento y la praxis del socialismo revolucionario. De hecho, Chávez nunca perteneció al árbol genealógico del marxismo. Para ello le faltaban lecturas y le sobraba testosterona. Lo suyo era y es otra cosa: populismo bananero en estado químicamente puro. Una dictadura sui géneris que ha logrado desenterrar en el cementerio de la Historia algo todavía más extravagante que su propio fundador: la política travestida de milenarismo religioso, con pajaritos verborreicos incluidos. La momia de Lenin pasada por Chiquito de la Calzada. Una dictadura sui géneris donde hay pluralidad de partidos políticos, hay campañas electorales con la correspondiente fanfarria, hay papeletas, hay urnas, hay todos los elementos de una democracia salvo la más remota posibilidad de que el Gobierno sea desalojado del poder gracias a los votos de la gente.
El mejicano Jesús Silva Herzog ha identificado tres elementos críticos en todo movimiento populista: un relato que idealiza al pueblo, la relación directa y vertical entre el líder y las masas y una deslegitimación constante de las instituciones del pluralismo democrático. He ahí la biografía política e intelectual de Chávez resumida en una línea. Lo que ahora mismo está ocurriendo en Caracas tiene mucho que ver con la quiebra definitiva de esa tríada. Porque Maduro no es Chávez. Ya se puede calzar los chándales más horteras del mundo, seguirá sin ser Chávez. Es el gran talón de Aquiles de las legitimidades carismáticas: no se pueden transferir a terceros una vez desaparecido su portador natural. Y por eso lo de Venezuela tiene tan mal diagnóstico. O la parte inteligente del régimen lo comprende y accede a pactar con la parte inteligente de la oposición, o los militares tendrán que tomar abiertamente el control. No queda otra.