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José García Domínguez

La pitada

Un despojo humano, ese pobre Espot, que compatibiliza su querencia por el gamberrismo futbolero con la que es su verdadera vocación: ejercer de chivato policial.

Desde el estalinismo a los nacionalismos varios, si algo han tenido siempre en común las religiones políticas, esas devociones laicas que ansían diluir al individuo en el magma uniforme de la masa, ha sido la capacidad para atraer hacia sí a las heces de la sociedad. Acaso de ahí la nausea moral que en todo espíritu elevado suscitan sus lerdos credos gregarios. Escoria como un tal Santiago Espot, de profesión organizador de pitadas en las finales de Copa. Empleo en el que, a falta de oficio mejor, se estrenó cuando la célebre bullanga contra el Rey en Mestalla. Un despojo humano, ese pobre Espot, que compatibiliza su querencia por el gamberrismo futbolero con la que es su verdadera vocación: ejercer de chivato policial.

Pues sépase que se trata del mismo Santiago Espot que engrosará la pequeña historia local de la infamia por haber delatado a tres mil tenderos ante los comisarios lingüísticos de la Generalitat. Huelga decir que todos ellos acusados del grave delito de lesa lengua propia. Ése es el socio preferencial que ha elegido Duran Lleida al objeto de exhibir el viernes su talla de estadista ante los que todavía no le conociesen. Espot, lo más parecido a Pavlik Morozov, aquel célebre niño que denunció a sus padres ante Stalin, que ha producido este triste rincón del Mediterráneo. Y ello pese a que Oriol Pujol ande simulando un desmarque cosmético de última hora. Los catalanistas, ya se sabe, siempre jugando a la puta y a la Ramoneta.

Así, a imagen del padrecito Stalin, también Duran ha sabido poner a su servicio a lo más bajo y rastrero de la pirámide social. Si bien se mira, el silbador Espot igual encarna el cutre sucedáneo catalán de la camarada Nikolaenko. La legendaria paranoica que sembró el pánico en Kiev durante la época del Terror. Miles de habitantes de la ciudad acabaron ante un paredón tras ser señalados como "espías fascistas" por aquella tarada. En fin, de antiguo viene predicándose que no cabe ser a un tiempo el Bismarck de España y el Bolívar de la Franja de Ponent. Aunque, por lo visto, sí procede ejercer de Adenauer en la Moncloa y de Torrente en el Bernabeu. Pregúntesele, si no, al estadista Duran.

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