La hija y hermana de dos reyes de España, sentada en el banquillo de los acusados como un julay cualquiera. Un julay cualquiera, a la sazón marido de la hija y hermana de dos reyes de España, a punto de pasar en la trena los próximos veinte años de su parasitaria existencia. El vicepresidente económico más chulito, gallardo y altanero que conocieran los anales desde Leovigildo, empapelado en la Audiencia Nacional por pasarse de listo jugando a bankero con el dinero del prójimo. Jaume Matas, el comisionista de la triste estampa, en el trullo. María Antonia Munar, Sa Nina, jefa suprema de la peligrosa banda de delincuentes comunes conocida por Unión Mallorquina, entre rejas y con doce años de condena a sus espaldas.
Ubú, enterrado en vida y a punto de caramelo para cantar la Traviata ante un tribunal español. La florista de Ubú, buscándose un buen abogado penalista en las Páginas Amarillas. Los siete hijos de Ubú y de la florista de Ubú, caminito de Jerez. El gran cacique de Castellón y provincia, repasando a estas horas la lista de las terminaciones de la pedrea entre los muros de un penal madrileño. Los dos últimos presidentes de la mayor región del país, Andalucía, todopoderosos virreyes en su tiempo, acorralados por una simple juez ordinaria de Sevilla. La mitad de los muy planchados, engominados, atildados, enjoyados y perfumados jerifaltes PP de Valencia, vistos para sentencia. El secretario general del PP de Madrid, un quinqui de libro, ya en la cárcel. El máximo dirigente de la patronal CEOE, entre barrotes por estafador y ladrón.
El tesorero del partido del Gobierno, en prisión preventiva sin fianza. El surrealista baranda de la Excelentísima Diputación de Orense, José Luís Baltar, un tipo sacado de una novela de García Márquez, condenado en firme por un delito continuado de prevaricación. La ministra de Sanidad, dimicesada y en el punto de mira de las togas por dormir con quien no debía cuando no debía. El presidente de la Generalitat de Cataluña, recién informado por el TSJC de que, para su soberanista asombro, las leyes del Reino de España también le obligan a él. Suma y sigue. Pero, según cuentan, la Justicia está politizada. Que es un cachondeo, juran y perjuran los avisados que saben del asunto. Pues suerte que es un cachondeo, porque, si no, aquí cae hasta el apuntador. ¡Viva el cachondeo!