Uno de los muy contados compromisos programáticos de la coalición que se dice progresista no configurado en torno al puro humo retórico y la vistosa quincalla semántica siempre huera de los gabinetes de comunicación, uno de los contadísimos que resultan ser susceptibles de poseer una traducción inmediata y efectiva en el universo tangible de lo real, el que remite a la muy inminente prohibición de facto de la escolarización segregada por sexos en los centros escolares concertados, está pasado desapercibido en medio del ensordecedor ruido ubicuo de estas vísperas. Nadie habla del asunto. Y, sin embargo, es una de las cuestiones que deberían estar reclamando, y de modo perentorio, la atención no solo de las derechas, sino de cualquiera con un mínimo conocimiento de las novísimas corrientes pedagógicas que, sobre todo en el mundo anglosajón, han sustituido a aquellos experimentos teóricos adanistas de los sesenta que acabaron convirtiéndose en la fracasada ortodoxia docente contemporánea.
Es urgente, decía, porque España no se va a acabar mañana, pero la posibilidad de inscribir en un colegio segregado a un adolescente en la edad del pavo que vive en un estado de dispersión y excitación hormonal permanente, eso sí que se puede acabar mañana. Y en nombre del Progreso, faltaría más. Huelga decir que el hecho de que el Tribunal Constitucional hubiese emitido en su día una sentencia firme avalando la perfecta conformidad con la Carta Magna de esa práctica docente, en el caso español abrazada de modo preferente por determinados centros educativos vinculados a algunas órdenes religiosas católicas, es anécdota que trae sin cuidado a los progresistas celtíberos coaligados. Al respecto, no termina de estar claro si el objetivo último de la iniciativa apela a fabricar una coartada merced a la cual poder retirar la financiación pública a ese tipo de centros, todos ellos muy identificados con la transmisión de un sistema tradicional de valores morales que repudia la coalición, o si, por el contrario, sus promotores creen de verdad en los pretendidos efectos nocivos de la separación por sexos a esas edades en el ulterior desarrollo emocional e intelectual de los alumnos. Lo más probable es que no lleguemos a saberlo nunca.
Nosotros no sabremos eso. Pero lo que con toda certeza no saben ellos, nuestros retroprogresistas castizos coaligados, es que la izquierda ilustrada de por ahí fuera, y tanto la europea como la norteamericana, ya vuelve cuando ellos van. De ahí que alguien, una alma progresista leída y piadosa, debiera explicarle al presidente Sánchez (con el vicepresidente cuarto, mejor no perder tiempo y saliva) que el último Ejecutivo laborista británico, o sea no el Opus Dei sino Tony Blair, puso en marcha más de dos mil nuevas escuelas diferenciadas en el Reino Unido, algunas públicas, otras privadas. Escuelas diferenciadas que a día de hoy, tantos años después, siguen destacando en el ranking educativo nacional (en el Reino Unido, el Gobierno elabora ese tipo de listas a fin de evaluar y hacer publica la calidad docente de los centros que sufragan los contribuyentes) entre las mejores del país. Al punto de que, entre las cien primeras de la lista, nada menos que ochenta practican la segregación por sexos en las aulas. Pero es que Obama hizo lo mismo, con especial énfasis en los barrios más desestructurados familiarmente de las periferias de las grandes ciudades del país, empezando por Nueva York. Y los resultados fueron igual de óptimos. Hasta el SPD y Los Verdes, que gobiernan unidos en varios estados federados alemanes, incluida la muy progresista, alternativa y laica ciudad de Berlín, aplican en los colegios bajo su administración la política de separación por sexos en las aulas. En Berlín, la cuna de la heterodoxia iconoclasta de Occidente. Pero aquí no puede ser porque, ¡ay!, lo hacen los curas. Lo dicho, cuando ellos vuelven, los nuestros van. Lo de siempre.