Cuando falla una estrategia, lo racional es cambiarla. Y cuando falla radicalmente, lo racional es cambiarla radicalmente. Toda la estrategia del PSOE durante la campaña electoral giró en torno a una premisa que se reveló errada en cuanto se procedió al recuento de las papeletas: la premisa de que, tras la muy descerebrada espantada de Rivera, dejando huérfano y vacío el espacio del centro, los socialdemócratas podrían heredar una porción significativa de ese territorio templado de la opinión. Pero, llegada la hora de la verdad, no heredaron nada; nada de nada. Todo el electorado disidente de Ciudadanos migró en masa hacia la derecha, diseminándose entre Vox y el Partido Popular. Todo. Al PSOE, pese a sus esfuerzos por captarlos, no acudió nadie. Y eso significa que la estrategia no solo era equivocada, sino que era radicalmente equivocada. La lección, por lo demás, se antoja clara: el PSOE no tiene nada que rascar a su derecha. O, lo que viene a ser lo mismo, el PSOE no puede dar la espalda, ya no, a lo que hay a su izquierda. Pablo Iglesias Turrión va a ser vicepresidente del Gobierno de la cuarta economía de la Unión Europea merced a ese error de bulto. Algo que invita a pensar no en el Frente Popular del primer tercio del siglo pasado, sino en el efímero destino del último Gobierno izquierdista, genuinamente izquierdista, que hubo en el hemisferio occidental europeo, el de la Unión de las Izquierdas en la Francia de 1981, aquel que presidió François Mitterrand.
Y es que el programa primigenio de la alianza entre socialistas y comunistas franceses, un ambicioso plan de estímulo de la demanda interna ideado cuando la libertad de movimientos de capitales dentro de la Unión Europea ya hacía imposible cortar las hemorragias del dinero con rumbo al exterior de las fronteras, duró poco más de doce meses. El tiempo que tardó en llegar el colapso. Y tras el colapso, el retorno a lo inevitable, la ortodoxia convencional. Un cuarto de siglo después, Syriza no pudo hacer algo muy distinto en Grecia. Y aquí, pese al ruido y la furia, tampoco se hará. Por que no se puede. Y es evidente que no se puede. Pero si alguien sigue pensando que sí se puede, solo tiene que observar la política seguida en los últimos años por el BCE a la hora de comprar deuda pública de los países de la UE. Porque si el BCE compra tu deuda, tú puedes endeudarte y gastar. Pero si no la compra, ni puedes endeudarte ni puedes gastar para estimular tu economía. Así las cosas, el BCE compró deuda de Portugal, país disciplinado pese a su Ejecutivo de izquierda, pero no compró deuda griega, país cuyos dirigentes se mostraban reticentes a entender las normas. El mundo de hoy funciona así. Y conviene traerlo sabido de casa.
A Podemos en el Gobierno no le va a quedar más remedio que olvidar a toda prisa sus fantasías económicas de asamblea de facultad. Y por eso tendrá que centrarse en lo que mejor sabe hacer: la política de gestos, los saltos de la rana de cara a la galería. Ya no pueden desenterrar a Franco otra vez, pero desde la Pasionaria a las Brigadas Internacionales, el vicepresidente va a tener varias decenas de conejos antifascistas en la chistera con los que mantener entretenido a su público hasta el próximo adelanto electoral. Algo, la retórica revolucionaria de cartón piedra y la sobreactuación impostada desde un despacho oficial, que inevitablemente llevará a una polarización crispada de la vida política española en el futuro inmediato. Algo, la tensión escénica permanente, que solo puede beneficiar a Vox. A Vox y solo a Vox. Casado lo va a tener muy difícil a partir de ahora para seguir con el cambio de rumbo hacia el centro que inició justo tras los comicios abril. Iglesias sentado en el Consejo de Ministros va a convertir esa tarea en una misión casi imposible. Con Abascal presionándole por la derecha y Podemos prodigándose en poses iconoclastas desde el BOE, a Casado no le va a quedar más remedio que volver a la política de trincheras. Mal asunto, muy mal asunto. Sobre todo si se tiene en cuenta que los barones del partido únicamente le van a dar tres oportunidades antes de cortarle la cabeza. Y ya ha quemado dos.