La cuestión, la gran cuestión, fue, es y será siempre la lengua. Por eso la última edición dominical del llamado telenoticias de TV3, el parte oficial del régimen, comenzó con unas declaraciones exclusivas y en directo desde la Plaza de San Jaime del antiguo presidiario y terrorista aún sin arrepentir Frederic Bentanachs, viejo pistolero de Terra Lliure que recibió formación para su oficio en el País Vasco a manos de un reputado matarife de ETA militar, Domingo Iturbe Abasolo, alias Txomin, quien fuera su instructor personal. Bentanachs, un notorio desequilibrado con el que gusta enseñarse en público Torra siempre que la ocasión lo propicie, compareció en el informativo con el afán de explicar a la audiencia que estaba allí, en la plaza, para impedir, huelga decir que por la fuerza, que una manifestación legal de ciudadanos partidarios de que el idioma castellano deje de estar proscrito dentro de las escuelas de la demarcación pudiesen consumar el trayecto que habían previsto para su marcha.
Objetivo que, para gran contento de los periodistas de la cadena pública que le entrevistaron, el terrorista manifestó que se había cumplido. Algo a lo que no fue ajeno el apoyo que le prestaron los Mozos de Escuadra, encargados horas antes por órdenes de sus mandos de desviar la manifestación a través de un trayecto alternativo con el único fin de dar satisfacción al deseo del reventador. Porque la gran cuestión, y los catalanistas lo saben mejor que nadie, fue, es y será siempre la lengua. Los separatistas, decía, lo saben. Los constitucionalistas, en cambio, no tanto. O no todos. La cuestión de la lengua fue la gran cuestión a lo largo de los primeros ochenta años del siglo XIX, cuando las clases dirigentes catalanas, tras abrazar el emergente nacionalismo español expandido durante y tras la guerra napoleónica, se deshicieron sin prisas pero sin pausas del idioma catalán para pasarse en masa el castellano. Y la cuestión de la lengua sigue siendo la gran cuestión desde que, tras la pérdida de las últimas colonias del Imperio en el 98, las mismas clases dirigentes locales viraron hacia un proyecto de construcción nacional alternativo al español en el que el afán por la expulsión del foro público del idioma común devendría la obsesión crónica que aún les dura hoy.
Por eso es tan de lamentar que aquella displicente desidia por la causa de la lengua que prodigaron en su día los charnegos oficiales del antifranquismo, y estoy pensando en Vázquez Montalbán y en Paco Candel –el uno muy inteligente, el otro muy levantino–, haya pervivido hasta nuestro tiempo presente. Continuidad de un cierto desentendimiento cansino y distante ante una cuestión capital en la que alguna responsabilidad tienen los intelectuales y publicistas disidentes del entorno de Maragall que crearon Ciutadans, el partido que después heredaría Rivera. En ese círculo, a ratos demasiado exquisito, el proceder intransigente con la cuestión del idioma de personas como Paco Caja o Antonio Robles ha sido contemplado demasiadas veces con un paternalismo impropio y no exento de algún indiferente desapego. Pero resulta que es imposible, por entero imposible, atacar con eficacia la almendra doctrinal del nacionalismo catalán orillando la cuestión del idioma. Y es que no se trata de hablar en castellano de vez en cuando en el Parlament –o en TV3– como si se estuviera recreando una jocosa gamberrada infantil para escandalizar a los mayores. Se trata de tomar conciencia plena, y de una vez por todas, de que aquí, en Cataluña, la causa del castellano es la causa de España. Así de simple.