Desde Poncio Pilatos, que fue el primero a quien se le ocurrió, lo de consultar a las bases no parece precisamente una gran idea. Así, y aunque no se conozcan todavía los resultados mientras escribo esta columna, ya me aventuro a dar por hecho que las bases de la Esquerra le habrán hecho un corte de mangas, una butifarra que se dice en el habla vernácula popular, a las bases de la Izquierda. Asunto ese, el de la difícil conllevancia crónica entre la Esquerra y la Izquierda, que invita a reflexionar sobre si Esquerra es o no un partido de izquierdas. Una duda ontológica, la que suscita esa permanente ambigüedad ideológica de ERC, que ya se planteó en tiempos de la República. Duda que los dirigentes germinales del partido terminaron resolviendo por una vía expeditiva: a tiros. De ahí que la facción de ERC menos nacionalista y más próxima a la izquierda obrerista española, la que lideraba el propio Companys, acabase no sólo enfrentada a los independentistas hiperventilados y criptofascistas de Estat Català, la corriente que a su vez encabezaban los hermanos Badia y Dencàs, sino provocando el asesinato de los dos primeros y obligando al otro a huir por piernas a la Italia de Mussolini para no correr la misma suerte.
Una historia, la de la recurrente tensión interna que suscita en el seno de ERC la disyuntiva entre aliarse con las izquierdas del resto de España o mantenerse abrazada al nacionalismo indigenista de derechas, que se volvió a repetir, solo que sin revólveres ni cadáveres, cuando el Tripartito. Al punto de que Carod y Puigcercós no aguantaron la presión y el partido volvió, tal como ya había ocurrido en la Transición, a convertirse en un aliado estructural de la derecha catalanista, ahora representada por el PDeCAT. Carod, el antecesor de Junqueras en el liderazgo de ERC, de quien conviene recordar hoy las cosas que escribió sobre los indignados del 15-M acampados en la Plaza de Cataluña de Barcelona. Es más, yo creo que procedería que alguien se las leyera en voz alta al señor vicepresidente del Gobierno en ciernes. Porque allí le salió la genuina y ancestral vena racista de sus siglas al secretario general de ERC frente a aquellos colonos de la chusma charnega española, la misma que luego se agruparía en torno a Podemos. Como muestra, este glorioso rebuzno iconoclasta que firmó en un digital doméstico llamado Nació Digital:
Tienen, como españoles, todo el derecho del mundo a indignarse. Pero si quieren hacerlo, como españoles, lo mejor es que no se equivoquen en el mapa y se manifiesten, se indignen, se meen, pinten, chillen e insulten, allí donde les corresponde, en su país, España.
Y Carod no fue, ni mucho menos, el único catalanista tribal que se condujo en esos términos frente a la gente del 15-M. Sin ir más lejos, la musa Rahola, otra histórica de ERC, depuso sobre los seguidores locales de Pablo Iglesias excrecencias retóricas que desprendían el mismo hedor inconfundible. Junqueras, es sabido, quiere apretarle las tuercas a Sánchez hasta el último minuto para luego concederle la investidura al borde del precipicio. Pero ni siquiera Junqueras, pese a la aureola de santurrón místico que le provee entre los suyos la reclusión carcelaria, puede garantizar ante Sánchez el control durante la legislatura que viene de un partido, ERC, que siempre ha sido más una colla asamblearia que una fuerza política al uso. Quizá Sánchez podrá marearlos durante unos meses con mesas de partidos, relatores sin relato que relatar y algún otro truco que se le ocurra sobre la marcha a su empleado Redondo. Pero, más pronto que tarde, la charlatanería no será suficiente y tendrá que darles algo de verdad, algo concreto y tangible. Y como eso no podrá ser, la Esquerra volverá al monte con el Payés Errante, su hábitat natural. Habrá legislatura, pero yo no le doy más de un año. Y soy generoso.