¿Cuántos soldados necesitaría desplegar Estados Unidos a lo largo y ancho de la Península Ibérica si mañana quisiera invadir España, un país que abarca algo más de 500.000 kilómetros cuadrados, y mantener su territorio todo bajo control directo de sus tropas durante unos cuatro lustros? No es fácil, al menos para un lego como yo, aventurar una estimación razonable del contingente preciso para consumar con alguna probabilidad de éxito tal misión. Pero sí se sabe, por ejemplo, cuántos creyó suficientes Napoleón a fin de consumar idéntica empresa. Y la cifra prescrita por uno de los mayores estrategas militares de la Historia, si no el mayor, se podría cuantificar en 250.000 uniformados, que no otro fue el número de militares franceses que atravesaron los Pirineos en 1808. Bien, ¿y consiguieron sojuzgar España, toda ella, con aquellos 250.000 efectivos? Claramente, no. De hecho, en ningún momento las tropas napoleónicas llegaron a disponer del dominio efectivo de un espacio en el que se veían hostigadas sin cesar por unidades informales de guerrilleros alistados y liderados el grueso de ellos por el clero autóctono.
Vayamos ahora a Afganistán. Afganistán no sólo es bastante más grande que España (652.000 kilómetros cuadrados frente a poco más de 500.000), sino que la mayor parte de su suelo, en torno a dos tercios del total, está ocupado por un endiablado carrusel interminable de cordilleras, a cuál más recóndita e inaccesible. España, por lo demás, puede ser cercada con suma facilidad, pues, amén de Portugal, únicamente dispone de fronteras terrestres con Francia. Afganistán, por el contrario, es un coladero contiguo a seis países distintos: Pakistán, Taykistán, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán y, ojo, China. ¿Cuántos marines habrían hecho falta para controlar eso de verdad? De verdad, digo. Los que saben dicen que unos 400.000. Pero hablamos de marines, no de campesinos analfabetos (el 70% de los miembros del espectral ejército nacional afgano no sabían leer ni escribir) y carentes de ningún sentimiento de lealtad hacia el Estado no menos espectral que les pagaba 20 dólares al mes para que simulasen que defendían el país. Si Vietnam se llevó por delante nada menos que el patrón oro, ¿qué no habría costado ahorrarle al Tío Sam el bochorno de estas horas en el aeropuerto de Kabul? Dinero, ahí empieza y acaba todo.