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José García Domínguez

El PP es un geriátrico

Hay, sí, dos Españas, pero no son las de siempre. Una es esa que permanece fiel a PSOE y PP hasta la tumba. La otra es la de los menores de 40 años

El Partido Popular se está muriendo de viejo. Literalmente. Cada año se van al otro mundo 200.000 de sus votantes más fieles. Desde la última mayoría absoluta de los de Rajoy, la de 2011, 800.000 incondicionales de Génova 13 han abandonado este valle de lágrimas para pasar a mejor vida. A estas horas, el Partido Popular tiene garantizada una victoria aplastante, nadie lo dude, en los cementerios. Pero solo ahí. Y es que el PP no representa, ya no, la gran marca electoral de la derecha sociológica española, ni tampoco la de las clases medias españolas, ni mucho menos la de las capas urbanas españolas más dinámicas y emprendedoras. El PP no es, ya no, nada de todo eso. El PP, mal que le pese a su legión de periodistas de cabecera y publicistas orgánicos, es ahora mismo el partido de los viejos, el partido de los que arrostran un nivel más bajo de formación académica reglada, amén del partido de los habitantes de la España más agraria, la más atrasada y, en inevitable consecuencia, también la más subvencionada por el Estado. El PP es un geriátrico. El PP es el partido del tardofranquismo sociodemográfico que aún pervive en el siglo XXI. El partido de los mayores de 65 años con estudios primarios e instalados en municipios rurales, gentes todas ellas que votan por estímulos emocionales contra el espectro de los rojos. Eso es hoy el PP.

Pero es que el PSOE tampoco resulta ser algo muy distinto. Igual de envejecidos, igual de anacrónicos en su permanente y visceral cruzada contra el fantasma de los fachas,igual de recluidos en los territorios peninsulares más refractarios a los vientos de la modernidad, igual de dependientes de un sinfín de ayudas de las distintas administraciones públicas, los últimos de Filipinas fieles a Ferraz representan un calco de los del PP, la otra cara de una misma moneda. Porque ni ellos representan ya a la izquierda ni los otros a la derecha. Esas herrumbrosas categorías teóricas no sirven para definir un eje de coordenadas que ilustre sobre lo que aquí viene ocurriendo desde el 15-M. Porque PP y PSOE, PSOE y PP, no son ni derecha ni izquierda, son simplemente lo viejo que trata de interponerse en el camino de lo nuevo para cerrarle el paso. Los jóvenes desertaron en masa de las filas del Partido Socialista en 2010, cuando Zapatero se rindió con armas y bagajes ante la Troika sin ni siquiera intentar dar la batalla.

Lo que llegaría después, Podemos, no es hijo de La Sexta sino de aquella claudicación en toda regla de los socialistas frente a Bruselas y Berlín. Y esos jóvenes, ¡ay!, son como las golondrinas de Bécquer: nunca más volverán al nido. Por muchas historias de Stalin, de Beria o de Slozhenitsyn que contemos en la prensa, Podemos seguirá estando ahí para quedarse. Y Ciudadanos, huelga decirlo, también. El sociólogo Jaime Miquel ha declarado hace unos días que Albert Rivera es nuestro Sarkozy enfrentado al alter ego barbudo y meridional de Marine Le Pen. Y quizá exagere un poco, pero solo un poco. Hay, sí, dos Españas, pero no son las de siempre. Una es esa que permanece fiel a PSOE y PP hasta la tumba. La otra es la de los menores de 40 años, un tercio del censo, y esa no compra ya ninguno de los viejos cuentos. Ninguno. Perded toda esperanza: el duopolio yace muerto y bien muerto.

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