Luis Garicano, que es lo único lejanamente parecido a un ideólogo que hay en ese híbrido entre partido político y agencia de marketing que responde por Ciudadanos, acaba de publicar un pequeño ensayo, El contrataque liberal, que, sin ser nada particularmente original, al menos no semeja el resultado último de haber talado varios centenares de árboles con el único propósito aparente de ofender la memoria póstuma de Fray Luis de León, gentileza cívica que en estos tiempos que corren se agradece. En Ciudadanos hay muchos y muchas que posan, pero solo uno que piensa. Y aunque solo fuera por eso, conviene leer siempre a Garicano. Porque lo que él escriba es lo que después repetirán todos los demás, empezando por Rivera. No obstante, quien esté habituado a frecuentar los tópicos de la retórica globalista y los lugares comunes de la doctrina del Foro de Davos encontrará muy familiar el texto. Como también les sonará a conocido, por cierto, a quienes en algún momento de sus vidas hayan participado en cualquier curso introductorio a la economía neoclásica, esa que da forma al canon de la ortodoxia académica en todos los rincones del planeta. Así, puesto a glosar convenciones indiscutidas, empieza el autor el desarrollo de la tesis de su libro exponiendo el famosísimo ejemplo que utilizó en su día David Ricardo para convencer al mundo del siglo XIX de la superioridad del libre comercio frente al proteccionismo de los mercantilistas.
Como es sabido, Ricardo razonó la ventaja mutua que obtendrían tanto Inglaterra como Portugal al renunciar a los aranceles y especializarse cada uno de ellos en el comercio sin barreras de las mercancías para cuya producción estuviesen mejor dotados: los textiles en el caso de los británicos y el vino en el de los portugueses. Lo que no dice Garicano es que, siglo y medio después de aquel acuerdo en apariencia tan beneficioso para ambos países, Inglaterra es una de las naciones más ricas del mundo y Portugal, en cambio, uno de los Estados más pobres de Europa. Así la historia, parece obvio que el librecambio les fue muy bien a los ingleses y muy mal a los portugueses. No por casualidad, España, que por la misma época adoptó el tan denostado giro proteccionista, es hoy un país muchísimo más rico que Portugal. Y ello pese a que a mediados del siglo XIX los dos países de la Península Ibérica poseíamos un nivel similar de desarrollo económico. Evidencia fáctica que quizá debería servir para que Garicano reflexionase un poco sobre ciertos axiomas sagrados. Pero lo interesante del libro no es el inventario de convencionalismos económicos más o menos manidos que el teórico de Ciudadanos va recitando a lo largo de sus páginas, sino la idea de España, algo mucho más importante, que se deja entrever también en esas mismas páginas. Un particular, el de la concepción de España de la que participa el núcleo intelectual de un partido que puede llegar al Gobierno dentro de muy poco tiempo, que merece que reproduzca, y sin tocar ni una coma, la cita literal que sigue a continuación:
El nuevo patriotismo debe estar fundado en el orgullo de una sociedad exitosa que aspira a construir juntos una sociedad más justa y adherirse a un Estado que quiere y es capaz de avanzar en la resolución de los problemas del conjunto de los ciudadanos dentro de una constitución que cree un marco común para nuestras vidas. Las historias de Cosentino [sic], Actiu [?] y otras tantas empresas españolas nos apuntan hacia dónde debe orientarse este nuevo patriotismo. No se trata de una narrativa grandiosa de los grandes logros de la reconquista contra el invasor musulmán o de la gloriosa [en cursivas en el original] conquista de América.
¿Alguien sería capaz de siquiera imaginar a un dirigente de alguno de los principales partidos políticos de Francia, la Francia de su muy admirado Macron, poniendo por escrito que el patriotismo francés tiene que olvidarse de la historia y de las grandes gestas nacionales de Francia, ya que el pasado compartido no tiene ninguna importancia a la hora de crear vínculos y sentimientos comunes de pertenencia dentro de una comunidad nacional? ¿Alguien se imagina a su muy amado Macron poniendo por escrito que todos los grandes logros históricos de Francia son poco menos que bagatelas despreciables, literatura inútil, y que lo único importante a fin de lograr que los franceses se sientan vinculados espiritualmente a la patria es que el consejo de administración de los supermercados Carrefour logre que la cotización de sus acciones en la Bolsa de París suba más de un 20% durante cada ejercicio fiscal? ¿Alguien concibe la estampa plástica de Theresa May dirigiéndose a la Cámara de los Comunes para sentenciar que la narrativa grandiosa del pasado imperial del Reino Unido es un tedioso tostón plúmbeo y que lo en verdad importante para afianzar el sentimiento nacional de los habitantes del Reino Unido es que el dueño de Virgin gane mucho dinero? ¿Alguien cree posible ver a Donald Trump leyendo ante las cámaras de la televisión un folio donde asegure de su puño y letra que la historia gloriosa –entre comillas, claro– de los Estados Unidos le produce un tedio horrible y que prefiere que se olvide? Pues ese es Luis Garicano, el pensador de cabecera de Ciudadanos y candidato número uno del partido de Albert Rivera al Parlamento Europeo. Y encima se dice liberal.