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José García Domínguez

El Museo del 'Capità Collons'

ERC quiere instalar un "museo de la represión" en la actual Jefatura Superior de la Policía Nacional en Barcelona. Idea excelente, digna de aplauso.

Al modo de aquellos colonos que compraron la isla de Manhattan a los indios a cambio de unos cristalitos de colorines, el Gobierno acaba de sedar a la tropa de Aragonès con un poco de metadona retórica y unos cuantos traspasos de chichinabo, entre los que resalta por su dimensión simbólica el del histórico edificio policial de la Vía Layetana. Una construcción, la célebre de la Jefatura Superior, que de modo tan inopinado se resignificaría cuando los hechos del año 17, instante insurreccional en el que ese viejo recinto devino un icono espacial de la defensa de la Constitución. Y de ahí la urgencia, tanto de la Generalitat como de la alcaldesa Colau, para desactivar su nueva carga política y cívica por la vía de apropiarse de la instalación. Un manifiesto propósito castrador que ERC no se preocupa ni siquiera de disimular un poco.

Así, el partido de Aragonès ya ha anunciado el proyecto de instalar en su seno un "museo de la represión". Idea excelente, digna de aplauso. Pues estará bien que los jóvenes catalanes contemporáneos acusen recibo en los sótanos de esa construcción, donde todavía se alojan las legendarias mazmorras del local, de las torturas y vejaciones contra los detenidos que allí cometieron los cuerpos armados de la Generalitat cuando el jefe supremo del orden público en Barcelona era el mítico Capità Collons, Miquel Badia, violento rufián comarcal que, amén de ejercer de caudillo paramilitar y criptofascista de las Juventudes de Esquerra Republicana, dirigió la campaña institucional de violación de los derechos humanos más elementales contra los presos contrarios al separatismo, en especial los anarquistas de la CNT-FAI, allá por 1933 y 34. En los calabozos de Vía Layetana, y cuando Esquerra mandaba, además de administrar palizas de modo sistemático, era costumbre simular fusilamientos. A los presos se les vendaban los ojos tras colocarlos frente a un pelotón. Luego, disparaban justo sobre sus cabezas al tiempo que se les lanzaban piedras contra la espalda a fin de que las tomasen por balas. Dicen que el represor catalanista Badia se reía mucho con aquel divertimento salvaje. Hasta que cierto militante de la FAI, un muy improbable Justo Bueno, le alojó dos proyectiles en el cráneo y, acto seguido, se acabó la broma. Que lo cuenten, sí. Será muy instructivo.

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