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José García Domínguez

El mito de la burguesía catalana

Un genuino patricio de la burguesía catalana no puede dejar de ver con una mezcla de espanto y horror a tipos como Junqueras o como Tardà.

En parte por la hegemonía de las categorías teóricas propias del marxismo en la historiografía española del siglo XX, en parte por simple pereza intelectual de las élites madrileñas, el malentendido sobre la naturaleza última del nacionalismo catalán ha logrado mantenerse en pie hasta hoy mismo. Me refiero a ese viejo lugar común, tan manido como falso, que pretende vincular burguesía catalana con nacionalismo. De ahí el origen último de todos los equívocos hispanos a cuenta del problema catalán. En Madrid se ha creído durante los últimos cuarenta años –y se sigue creyendo– que esa criatura tentacular alumbrada por Pujol padre en el monasterio de Montserrat, CDC, es la genuina expresión política de la burguesía doméstica, igual que la Lliga fuera en su momento encarnación de los intereses de aquellos míticos maquinistas de la locomotora industrial de España.

Lo creen con la fe del carbonero. Y sin embargo, nada más falso. Y es que ni Convergencia se quiso nunca heredera la Lliga, ni sus promotores, empezando por el propio Jordi Pujol, surgieron del seno de aquella clase social, la alta burguesía autóctona que en su día impulsara la Revolución Industrial en la península. Simplemente, unos y otros, pertenecían y siguen perteneciendoa mundos distintos. Más allá del prosaico hecho de hablar en catalán, no tienen demasiado que ver entre sí. Y mientras no se entienda eso, no se terminará de entender nunca cuanto ocurre en Cataluña. Nadie se engañe, los Carulla o los Cendrós siempre han sido la excepción, no la norma.

Un genuino patricio de la burguesía catalana no puede dejar de ver con una mezcla de espanto y horror a tipos como Junqueras o como Tardà. Por no hablar de las monjas iluminadas por la estelada o de esa greñosa muchachada alegre y combativa de las CUP, que podría tener la llave de la guillotina si Mas no consuma la mayoría absoluta el domingo. En las antípodas de refinados cosmopolitismo burgueses, CDC encarna, y hoy mucho más que nunca, la genuina esencia sociológica del catalanismo político. La esencia de un conglomerado interclasista que incorpora rasgos más cercanos a un movimiento indigenista que a cualquier otra cosa.

La Lliga nació para defender los intereses proteccionistas de la gran industria catalana frente a las tentaciones librecambistas del poder central. Convergencia, en cambio, fue creada para implantar la hegemonía absoluta de lo que algunos han llamado la clerecía hasta en el último rincón de Cataluña. Ese muy heterogéneo consorcio de intereses que acoge desde el modesto profesor de catalán que complementa sus rentas con cursillos de normalización lingüística, pasando por los periodistas militantes que sirven a la causa a un tanto alzado la pieza; por los artistas innúmeros de la farándula subvencionada; por las multitudes de académicos, ensayistas e historiadores volcados la fabricación al por mayor del relato patriótico.

Por los gestores profesionales de las mil entidades agitativas de la llamada sociedad civil que amamanta la Generalitat todos los meses con cargo al presupuesto; por los representantes de esa miríada de afanes corporativos vinculados a la demanda institucional de sus productos y servicios, desde los contratistas de obra pública hasta los gestores la sanidad concertada o del comercio regulado; por los líderes sindicales generosamente pensionados por el poder autonómico con dietas y regalías varias; por el señor obispo de Solsona, que anda soñando ya con la embajada catalana ante el Vaticano. Et caetera. Rásquese un poco bajo el espeso barniz de la eterna cantinela victimista y aparecerá cruda la realidad: prosaicos e inconfesables intereses gremiales de las fuerzas vivas del país petit. Apenas eso. De la burguesía, ni rastro.

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