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José García Domínguez

El martirio de Teodorín

Lo único que le falta a Teodorín, otro Plan Marshall.

El súbdito guineano Teodoro Obiang Mangue, hijo homónimo, primogénito y bienamado del dictador que carga con idéntico apellido, está sufriendo estos días un particular martirio judicial en la capital de Francia. Tormento, el de Teodorín, alias por el que es más conocido entre su entorno, que se inició allá por 2012, cuando la Sala de lo Penal número 32 de París, tribunal que entiende sobre todo de asuntos relacionados con la alta delincuencia financiera, dictó una orden de detención, la aún hoy vigente, contra el actual vicepresidente de la República de Guinea, amén de ministro de Agricultura y Silvicultura de idéntica república entre 1997 y 2012, por más señas, el mismo Teodorín en persona. Así las cosas, el pasado 19 de junio se inició la vista oral de su causa, sesiones a las que el mentado Teodorín ha preferido abstenerse de acudir en persona, delegando su representación en un equipo de cotizados abogados parisinos. A Teodorín, básicamente, se le acusa de haber saqueado su país. Un cargo nada original, por cierto, pero que ha llevado a los magistrados del 32 a embargar de modo preventivo algunas de sus propiedades personales radicadas en territorio francés.

Pues Teodorín, hombre que siempre piensa a lo grande, se compró en su día un palacete con 101 habitaciones en pleno centro de París para disponer de un rincón donde alojarse en sus escapadas de fin de semana a la ciudad del Sena. Según el inventario judicial, el refugio de Teodorín dispone de algunas comodidades reseñables, tales como un gimnasio, una sauna, una discoteca, un bar, un salón oriental y una peluquería profesional, amén de grifos cubiertos con pan de oro en todos los lavabos, escaleras interiores de mármol de Carrara y una pinacoteca en la que, entre otros, cuelgan lienzos originales de Chagall, Monet, Renoir y Toulouse-Lautrec. Un gusto plástico en verdad exquisito, el que disfruta el esteta Teodorín, que los instructores de su causa han cuantificado en unos 15.890.130 euros, tal estiman que sería el precio de mercado de toda esa pintura ahora precintada y bajo custodia policial. Una suma a la que procede añadir el montante correspondiente a la compra de los siete Ferrari, cuatro Mercedes, un Porche, un Maserati, un Lamborghini, cinco Bentley, cuatro Rolls-Roice, dos Bugatti y la docena y media de motocicletas de lujo que alojaba en el parking de su vivienda. Medios de transporte que los jueces instructores del 32 han valorado en otros doce millones de euros.

Una infraestructura, la de Teodorín en París, que él consideraba el mínimo imprescindible para sus visitas relámpago a Francia, por lo general apenas una simple escala técnica en sus frecuentes viajes a Malibú, California, donde también se hizo con una villa que le salió por 24 millones de dólares. Tan frecuentes son sus traslados a la cabaña de Malibú que Teodorín, sin duda para economizar en billetes de avión, se compró una aeronave privada valorada en 34 millones de dólares. Inversiones todas ellas que sirven para acreditar el prodigioso talento para las finanzas de ese hijo de su padre, quien ha declarado, y bajo juramento, disponer de unos ingresos anuales de 80.000 dólares escasos. Eso sí, lo que más necesita África, tal como no se cansan de repetir todos los días nuestros progresistas de mesa camilla, es un Plan Marshall. Lo único que le falta a Teodorín, otro Plan Marshall.

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