En política ocurre lo mismo que en la estadística, tras todo el ruido y la furia que no significan nada, al final siempre termina ocurriendo lo normal, el acontecimiento que se corresponde con la distribución de probabilidad superior bajo una misma campana de Gauss. Y normal ha de ser que un partido responsable y con sentido de la gobernabilidad, aunque solo sea por un muy elemental pudor democrático, facilite que la ganadora de las elecciones en Madrid, por lo demás alguien tan alejado de los doctrinarismos estériles y de cualquier fundamentalismo como Cristina Cifuentes, acceda a la Presidencia de la comunidad.
Cifuentes debe gobernar Madrid por la misma razón que Díaz está llamada a hacerlo en Andalucía: porque la gente en las urnas así ha querido que sea. No obstante, también debería poner algo de su parte para que ese designio del sentido común, ante el que Albert Rivera sin duda estará dispuesto a plegarse, pueda verse consumado. Madrid tiene que dejar de ser el kilómetro cero de la corrupción. Si Cifuentes ansía acceder a un palacio de mando en la capital de las Españas con el auxilio de Ciudadanos, deberá obrar como la mujer del César. Exactamente igual. No se trata de una opción, sino de un imperativo.
Limpie la basura bajo las alfombras y será presidenta; no lo haga y se quedará para vestir santos en Génova. Así de simple, cara Cristina. Más allá de las políticas sectoriales específicas, el de desatascar de mugre las cañerías del poder es el gran mandato inexcusable que los votantes de Ciudadanos han transmitido a todos sus representantes electos en las instituciones. Por su bien, por su misma supervivencia, el Partido Popular debería empezar a entender esas extravagancias de la nueva política tan ajenas a su ser profundo. Desemboce los desagües, Cifuentes. Hágalo, no tiene opción distinta.
En otro orden de turbaciones, un factor añadido, este ya puramente maquiavélico, aconseja que Ciudadanos apadrine tanto a Cifuentes como a Díaz en sus respectivas investiduras: proveerse de un blindaje institucional frente a la guerra sucia. La última semana de la campaña electoral nos ofreció apenas un entremés de hasta dónde puede llegar la fiel infantería mediática en nómina de PP y PSOE en su afán por cortar el paso a los emergentes. Que Madrid y Andalucía, los dos principales abrevaderos de los grandes, dependan del contento de Ciudadanos no dejará de constituir un seguro de vida frente a las tentaciones inconfesables que siempre rondan en las salas de máquinas del turnismo. Lo dicho, hágase un favor, Cifuentes. Únicamente de usted depende.